La Mujer de Nadie, novela . do el llanto. Luego se volvió hacia Heliana: —Muchas gracias, señ Y tambaleándose, sin volver la vista atrás, salió delcementerio. Iban a bajar la caja, cuando Yanguas vió una coronaen el fondo de la huesa:18 JOSE FRANCES —¿Esa corona? —La trajo ese señor. Dijo que quería quedase así,debajo de La tierra, húmeda, caía en terrones compactos so-bre el arca de madera, como piedras. 274 III As que a nadie le llamaba aella, a Heliana, aquel cartel,evocador de la India y desus cromáticos una invitación obsedan-te e implacable que atraíasus mir


La Mujer de Nadie, novela . do el llanto. Luego se volvió hacia Heliana: —Muchas gracias, señ Y tambaleándose, sin volver la vista atrás, salió delcementerio. Iban a bajar la caja, cuando Yanguas vió una coronaen el fondo de la huesa:18 JOSE FRANCES —¿Esa corona? —La trajo ese señor. Dijo que quería quedase así,debajo de La tierra, húmeda, caía en terrones compactos so-bre el arca de madera, como piedras. 274 III As que a nadie le llamaba aella, a Heliana, aquel cartel,evocador de la India y desus cromáticos una invitación obsedan-te e implacable que atraíasus miradas e inflamaba supensamiento con el mismotorbellino de rojos, de cad-mios, de verdes, de azules,que inflamaba los muros de la ciudad. En las paredes de los edificios, en las vallas de lossolares, hasta en los telones de los teatros, aquelladanzarina de Madura la Santa—azafranado el rostro,con los labios bermejos relucientes de betel, sobre loscuales pendía de la nariz una perla enorme, la falda 275. JOSE FRANCES roja desplegada como la pomposa cola del pavón dela diosa Saraswathi, el corpiño de un naranja violen-to; ceníelleadores de joyas el cuello, los brazos, lasmanos, los tobillos, los pies; rútila la cabeza con elcasco áureo, y sobre ella el dios Ganesa, el de la testaelefantíaca, de un verde brillante y pulido de mala-quita—parecía invitar solamente a Heliana, invadirMadrid, sin otro propósito que inquietar su espíritucon la certeza de que todos los días en un salón cén-trico Juan Bautista Nebot la esperaba rodeado por lamagnificencia de su arte. Y aun se ampliaba, llegaba hasta ella misma, en supropia casa, esta apelación triunfal del retornado, conlos artículos y los retratos publicados en los periódi-cos, con las informaciones donde Juan Bautista hablabacon su exuberante levantismo, de los lugares remotos,cuyos nombres tienen fulgores de gemas: Langar, Hy-derabad, Ondaipur, Benarés, Calcuta, Madrá Los críticos aludían


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