La Mujer . Y, en el colmo de la desesperación, aña-dió: —Yo no puedo corresponder á tu amorpobre mujer, porque hay corazones en losque sólo nace una flor,y cuando esta seseca ya no vuelven á amar! Algún tiempo después se hallaba en unaig-esia y junto al altar mayor un ataúdque contenía el cadáver de una estaba el templo y sólo un sa-cerdote de demacrado semblante y ojoshundidos velaba junto al féretro de aquelcadáver. La muerta era Feliciana de Guzmá, por su estro poético la décimamusa sevillana allá en el siglo XVII, «au-tora de versos y tragi-comedias de granmérito,


La Mujer . Y, en el colmo de la desesperación, aña-dió: —Yo no puedo corresponder á tu amorpobre mujer, porque hay corazones en losque sólo nace una flor,y cuando esta seseca ya no vuelven á amar! Algún tiempo después se hallaba en unaig-esia y junto al altar mayor un ataúdque contenía el cadáver de una estaba el templo y sólo un sa-cerdote de demacrado semblante y ojoshundidos velaba junto al féretro de aquelcadáver. La muerta era Feliciana de Guzmá, por su estro poético la décimamusa sevillana allá en el siglo XVII, «au-tora de versos y tragi-comedias de granmérito, y tañedora admirable de bandu-rria, la que estudió latín en la ciudad deSalamanca en traje de estudiante». El sacerdote don Gabriel Tellez. llamadoen sus famosas comedias el maestro TirsoDE Molina. Asistió á la agonía de aquella mujer quetanto lo había amado, recibiendo de sus la-bios la confesión de su amor. Fué su último suspiro para él., ¡suspiroque el sacerdote recogió para enviarlo alcielo envuelto en sus plegarias! Rafael Barreda.


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