La Mujer . —Pues bien—repuso el comandante—vamos á darteun concierto para tí sola. Hizo llamar inmediatamente al músico mayor, y lesuplicó que hiciera ejecutar en seguida las mejores y másalegres piezas del repertorio. Hicieron asomar á la niña á la ventana, ante la cualla música del batallón dió comienzo á su serenata. La infortunada criatura, para quien todo aquello eracompletamente nuevo, estaba extasiada y poseída de unencanto indescriptible, al oír las polkas y walses de labanda. — ¿Estás sa- ,tisfecha?—le pre-guntó el coman-dante. — Sí, señor ;muy contenta! Di érense ór-denes,


La Mujer . —Pues bien—repuso el comandante—vamos á darteun concierto para tí sola. Hizo llamar inmediatamente al músico mayor, y lesuplicó que hiciera ejecutar en seguida las mejores y másalegres piezas del repertorio. Hicieron asomar á la niña á la ventana, ante la cualla música del batallón dió comienzo á su serenata. La infortunada criatura, para quien todo aquello eracompletamente nuevo, estaba extasiada y poseída de unencanto indescriptible, al oír las polkas y walses de labanda. — ¿Estás sa- ,tisfecha?—le pre-guntó el coman-dante. — Sí, señor ;muy contenta! Di érense ór-denes, formáron-se las filas, sona-ron las trompe-tas, y el batallónse puso en mar-cha. Los oficiales,con el corazónoprimido, envia-ron un saludo á lamuciiacha, quedesde la ventanasiguió con la vis-ta la columnahasta que ésta seperdió en el hori-zonte. Detrás de laenferma, en lasombra de la salay ante la desor-denada mesa, el pobre padre lloraba como un niño. Paul


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