La Honra de la mujer, novela de costumbres . le hacia en situación semejante, al sen-tir llegar á la monja á su lado no pudo ménos, primero desentir un estremecimiento profundo, y después de intentarlevantar el velo de aquellas dudas. Le fué imposible resistir al deseo de saber si aquella eraó no Carolina. Empezó la confesión, y D. Leandro preguntó: —¿Tenéis algún pecado de que descargar vuestra con-ciencia? —Sí, contestó la monja. Por eso me llamo Arrepenti-miento. —Lo que hace falta, murmuró el sacerdote, es serlo en larealidad y no solo en el nombre. —Padre, mi delito está en que no puedo a


La Honra de la mujer, novela de costumbres . le hacia en situación semejante, al sen-tir llegar á la monja á su lado no pudo ménos, primero desentir un estremecimiento profundo, y después de intentarlevantar el velo de aquellas dudas. Le fué imposible resistir al deseo de saber si aquella eraó no Carolina. Empezó la confesión, y D. Leandro preguntó: —¿Tenéis algún pecado de que descargar vuestra con-ciencia? —Sí, contestó la monja. Por eso me llamo Arrepenti-miento. —Lo que hace falta, murmuró el sacerdote, es serlo en larealidad y no solo en el nombre. —Padre, mi delito está en que no puedo arrepentí rme. —¡Qué es lo que diceSj sierva de Dios! —Arrepentimiento significa enmienda, y cada dia que con-tinúe aquí encerrada falto á la enmienda. Hace mucho tiem-po vengo luchando con esta idea. Mí entrada en esta casaes un misterio que nadie conoce. Yo no tengo derecho paraestar en este sitio. ¡Qué tormento el mío! Hoy es el dia enque me he decidido á confesar mi falta. ^uv LA HONRA DE LA DE LA MUJER. 773 —jQué es lo que oigo! exclamó D. Leandro. Vuestro nom->bre en el mundo, ¿cuál fué? —Sabéis, señor, que nadie puede exigírmele. —No importa. ¿Cuál es? murmuró vivamente D. Leandro,que no pudo contenerse ante aquella revelación tan inesperrada. La monja no contestó. El confesor volvió á insistir: —¿Sois de Gastro-Urdiales? —Sí, contestó la hermana Arrepitimiento secamente,—¡Ah! ¿Cómo decís que no tenéis derecho para estar eneste sitio? ¿No os llamábais Garohna?—No, yo me llamo Emilia. —¡EmiliaI ¡Gran Dios! ¿Qué engaño es este? ¡Desdichada!¡La condenación eterna ha caido sobre tí! D. Leandro impuso de penitencia á la hermana Arrepen-timiento grandes torturas, penas corporales cruelísimas, tancrueles que en pocos dias acabaron con su existencia. CAPITULO IV. ¡Viaje perdido! El Chivato pensó una vez, después de haber presenciadodesde lejos el entierro de la monja, en cuá


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