La Mujer . cilla espresión desu reconocimiento. Ellas esperan que os acompañará enlos combates que emprendáis en de-fensa de nuestra pátria.» —Esta bandera, — contestó el almi-rante,—no vendrá abajo ura vez enar-bolada, sino cuando se tronche el más-til ó se sumerja el buque que 3^0 mande.» Y miles de voces entonaron el himnosacrosanto de la patria. Poco después, y á la caída de la tarde,el almirante Browm, agobiado, más quepor el peso de tanta gloria, por un pesarlatente, marchaba silencioso hacia su ho-gar, precedido de cuatro marineros queconducían una caja fúnebre. Pero ¡ay! su hogar estab


La Mujer . cilla espresión desu reconocimiento. Ellas esperan que os acompañará enlos combates que emprendáis en de-fensa de nuestra pátria.» —Esta bandera, — contestó el almi-rante,—no vendrá abajo ura vez enar-bolada, sino cuando se tronche el más-til ó se sumerja el buque que 3^0 mande.» Y miles de voces entonaron el himnosacrosanto de la patria. Poco después, y á la caída de la tarde,el almirante Browm, agobiado, más quepor el peso de tanta gloria, por un pesarlatente, marchaba silencioso hacia su ho-gar, precedido de cuatro marineros queconducían una caja fúnebre. Pero ¡ay! su hogar estaba para él vacío!Su hija, su idolatrada Elisa^ había desapa-recido de él, dejándole el siguiente escrito:«Padre querido. — Enrique ha muerto yno debo sobrevivirle. Su cuerpo ha de ha-ber sido arrojado á las olas y voy á bus-carlo á las olas para que durmamos el sue-ño eterno en el mismo lecho. Se lo prometíy cumplo mi promesa. Perdona á tu hija ALBUM-REVISTA «LA MUJER». que aun existían Pocos díasdespués ElMensag ey otraía la si-guiente no-ticia: «Antes deayer se haencontrad oel cadáverde la des-ventura d ajoven Eli-sa Brown,del que sehizo cargosu desgra-ciado p a-dre.» Allá porel año 1887se había dis-puesto quefueran ex-humados ytrasladados<i 1 o s C e-menterioslos restosen las bóvedas clel Con- vento de las Catalinas. Llevado por la cu-riosidad asistí á ese acto acompañado demi amigo Cornelio Saavedra. Bajamos á un sótano sombrío, donde va-rios hombres estraían cajones carcomidosy de ellos Iragmentos y cenizas de los quefueron seres humanos. Llamóme la atención una caja de formaestraña y pregunté qué había en ella. Mi amigo Saavedra me presentó á unanciano irlandés de apellido Bocones, quedisponía de aquella caja. —Oh, señor,—me dijo el anciano^—aquíse encierran los restos mortales de dos se-res que debieron unirse en vida y que seunieron en la eternidad. Y destapando la caja, que vi se hallabadivid


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