El siglo de las tinieblas, o memorias de un inquisidor; novela histórica original . Mirad, allí hay un hombre que semueve. Martin y Juan corrieron al sitio indicado por Simón. Éste los siguió, y el dominico fué acercándose lentamen-te y como hombre precavido que no dá un solo paso sinexaminar antes el terreno donde ha de poner el pié. Resonó un grito de ira, de desesperación, de rabia. Acababan de reconocer al pobre David, que exhalabaprofundos lamentos y de vez en cuando se agitaba convul-sivamente. Tendido allí desde la noche anterior sin socorro alguno,no hay que decir en qué estad


El siglo de las tinieblas, o memorias de un inquisidor; novela histórica original . Mirad, allí hay un hombre que semueve. Martin y Juan corrieron al sitio indicado por Simón. Éste los siguió, y el dominico fué acercándose lentamen-te y como hombre precavido que no dá un solo paso sinexaminar antes el terreno donde ha de poner el pié. Resonó un grito de ira, de desesperación, de rabia. Acababan de reconocer al pobre David, que exhalabaprofundos lamentos y de vez en cuando se agitaba convul-sivamente. Tendido allí desde la noche anterior sin socorro alguno,no hay que decir en qué estado se encontraba el infelizhuérfano. Su rostro, pálido y ensangrentado, estaba contraído ydesfigurado, hasta el punto de que era difícil ía imposible que viviese, —¡David!—exclamaron todos, arrodillándose y exami-nándolo cuidadosamente. —¡Lo han asesinado!—murmuró Martin, de cuyos negrosojos se escapaban centellas. —¡Truenos y rayos!—gritó el gigante con voz ronca.—¡Cien mil legiones de condenados!... {Oh!... ¡Fuego del in-. DE LAS TINIEBLAS. 143 fiemo!... Pedazo á pedazo he de arrancarle el corazón al sa-cristá No tengas cuidado, David, no tengas cuidado, ami-go mió, que yo te vengaré, que yo te juro que los perroshan de comerse las entrañas de tu asesino. Seria imposible repetir con exactitud las palabras conque cada cual expresó sus sentimientos. Reconocieron el cuerpo de la víctima, que ni siquiera seapercibió del socorro que le prestaban, y le encontraron unaherida en la frente y otra en el pecho. La sangre de la segunda habia sido casualmente restaña-da por la camisa del infeliz. No podían apreciar la gravedad de aquellas lesiones; pe-ro no habia más que mirar al huérfano para comprender queera imposible que viviese muchas horas. No se encontraba en estado de hablar, y esto hacia ma-yor la desgracia, porque privaba á sus amigos de explicacio-nes que podrían servirles de mucho y á la justicia de t


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