Maria (memorias de una huérfana) . r, por cuyos claros penetrabaacá y allá la luz de la luna, produciendo efectos poéticamente fan-tásticos. XXXIII. —¡Adelante, adelante! dijo María. Perdámonos: pongámonos ensitio donde no puedan dar con nosotros. Cuando sentimos el deseo de andar con una rapidez superior ánuestras fuerzas, pensamos naturalmente en un elemento de loco-moción que está fuera de nosotros, que es mas poderoso infinita-mente que nosotros. María pensó en un caballo, en un cocbe, en una locomotora. De improviso lanzó un grito. El marqués, obedeciendo la voluntad de María, se volvió,


Maria (memorias de una huérfana) . r, por cuyos claros penetrabaacá y allá la luz de la luna, produciendo efectos poéticamente fan-tásticos. XXXIII. —¡Adelante, adelante! dijo María. Perdámonos: pongámonos ensitio donde no puedan dar con nosotros. Cuando sentimos el deseo de andar con una rapidez superior ánuestras fuerzas, pensamos naturalmente en un elemento de loco-moción que está fuera de nosotros, que es mas poderoso infinita-mente que nosotros. María pensó en un caballo, en un cocbe, en una locomotora. De improviso lanzó un grito. El marqués, obedeciendo la voluntad de María, se volvió, la co-gió como hubiera podido cogerla un mecanismo, la puso sobre sushombros, y partió con mas velocidad que una máquina de vapor. El poder magnético de María era incalculable. El marqués no corría, se deslizaba, parecía que le lanzaba á tra-vés del espacio, tocando apenas la tierra, una potencia inmensa. Al fin muy pronto el marqués, con su hermosa carga, desapare-ció entre los accidentes del CAPITULO XII. EN QUE SE VE HASTA QüÉ PUNTO LLEGA LA SUPERSTICION ENTRE LOS CAMPESINOS. I. —Esté usted seguro, decía en aquellos momentos á Cristóbal elalcalde de Espinosa, de que no se nos escapa esa moza; y ha Lechousted muy bien en no pretender que pase de aquí ninguno de nues-tros hombres, porque no se hubiese conseguido ni por Dios ni portodos los santos que diesen un paso mas. —^¿Y uá^ed no vendrá conmigo? dijo Cristóbal. —¿Yo? contestó el alcalde dejando ver una mirada cobarde. Damodo que adonde va otro hombre bien puedo ir yo, á no ser que esehombre esté loco. —¿Y usted cree que yo lo estoy? —No me lo parece. —Ya he dicho á usted qué yo he estado dentro de esa casa, ysolo, y no he visto al diablo.—¿Era de dia? —No creo yo que al diablo le dé mas del dia que de la noche, áno ser que ese caballero venga de familia de mochuelos ó de mur-csélagos. Mire usted, señor alcalde, yo he sido guarda de campo, ycomo


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