. Isabel la Católica; ó, El corazón de una reina, novela histórica; ilustraciones de L. Labarta. : —¡Favor!... ¡Socorro!... ¡Que me matan! Corrieron los tres hacia el lugar donde resonaban losgritos, y llegaron á tiempo de ver cómc cuatro hombres,cuyo rostro no pudieron distinguir, huían desapareciendoentre la espesura. En el suelo yacían tendidos otros dos, que eran, talvez, los que habían gritado. Por su aspecto conocíase que acababan de sosteneruna violenta lucha. Tenían las ropas desgarradas y el rostro ensangren-tado. Inclinóse Gaspar de Espes sobre ellos para auxiliarles,y apenas hubo mi
. Isabel la Católica; ó, El corazón de una reina, novela histórica; ilustraciones de L. Labarta. : —¡Favor!... ¡Socorro!... ¡Que me matan! Corrieron los tres hacia el lugar donde resonaban losgritos, y llegaron á tiempo de ver cómc cuatro hombres,cuyo rostro no pudieron distinguir, huían desapareciendoentre la espesura. En el suelo yacían tendidos otros dos, que eran, talvez, los que habían gritado. Por su aspecto conocíase que acababan de sosteneruna violenta lucha. Tenían las ropas desgarradas y el rostro ensangren-tado. Inclinóse Gaspar de Espes sobre ellos para auxiliarles,y apenas hubo mirado de cerca á uno de los dos, ex-clamó: —¡Gutierre de Cárdenas! ¡El maestresala de la princesaD. Isabel! —¿Qué dices?—interrogó D. Fernando. Conoció el herido a su vez al que sobre él se habla in-clinado, y díjole: —-¡El cielo os envía!... ¡Llevadme en seguida á presen-cia de vuestro señor el príncipe! —El príncipe está aquí,—respondió éste.—Miradle. —¿De veras?... ¡Oh dicha! Y perdió el sentido. 4S CAPÍTULO LIV Un ardid de D. Fernando. OR orden del príncipe, Gutierre de Cár-denas y su compañero, que no eraotro que el capellán y cronista Alonsode Falencia, fueron conducidos á pa-lacio, donde se les curaron las heri -das, que por fortuna eran leves, y seÍes prestaron los auxilios que su estado requería. Reanimados, presentaron las credenciales que les acre-ditaban como enviados de la princesa D/ Isabel y refirie-ron los peligros y aventuras de su viaje. Habían estado más de una vez á punto de perder lavida, pues los partidarios de D. Enrique, por una parte,los de D. Juana, por otra, y además los aliados de Pache-co, intentaron impedir por todos los medips imaginables,que llegasen al término de su jornada. La última emboscada, de la que les libró la oportunapresencia del principe y sus desacompañantes, fué la másgrave y peligrosa. ISABEL LA CATÓLICA 379- La noche anterior habían descansado en una vent
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