. Isabel la Católica; ó, El corazón de una reina, novela histórica; ilustraciones de L. Labarta. edecieron sus ojos. —¡Sí, era D. Fernando! En su canción aludía á los peligros del viaje que ha-bía realizado, sólo para tener la dicha de postrarse á suspies rendido de amor. Sin poder contenerse, la princesa corrió á la ventanay la abrió. En la obscuridad de la calle distinguíase confusamentela figura de un arrogante caballero, que al ver abrirse elVentanal, inclinóse con muestras de rendido acatamiento. Pasados unos instantes acabó el canto, el caballero re-tiróse, y la princesa cerró la ventana


. Isabel la Católica; ó, El corazón de una reina, novela histórica; ilustraciones de L. Labarta. edecieron sus ojos. —¡Sí, era D. Fernando! En su canción aludía á los peligros del viaje que ha-bía realizado, sólo para tener la dicha de postrarse á suspies rendido de amor. Sin poder contenerse, la princesa corrió á la ventanay la abrió. En la obscuridad de la calle distinguíase confusamentela figura de un arrogante caballero, que al ver abrirse elVentanal, inclinóse con muestras de rendido acatamiento. Pasados unos instantes acabó el canto, el caballero re-tiróse, y la princesa cerró la ventana y se acostó, dicién-dose gozosa: —¡Era él y me ama, puesto que viene á cantarme susamores! A partir desde aquel día, las nocturnas serenatas re-pitiéronse todas las noches. 416 A, CONTKEKAS Isabel lo ocultó á todos; pero los que la veían con fre-cuencia y la trataban con intimidad» advirtieron en eílaun cambio notable. Estaba alegre y parecía haber embellecido aún más. Era que su corazón gustaba por vez primera las inefa»bles delicias del verdadero CAPÍTULO LX Amores reales


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