El siglo de las tinieblas, o memorias de un inquisidor; novela histórica original . lo había sacrificado por llegar á ser dueño de aqueltesoro, y en el instante en que creia que sus deseos se ha-bían cumplido, cuando ya tenia la seguridad de ser inmensa-mente rico y habia empezado á saborear los goces que podriaproporcionarse, encontróse repentinamente pobre comosiempre habia sido y casado con aquella mujer horrible. —Vuestra esposa no se equivocó,—dijo el jesuíta con unacalma, que en aquellos momentos era verdaderamente horri-ble para el hidalgo;—para un alma desinteresada como lavuestra, par
El siglo de las tinieblas, o memorias de un inquisidor; novela histórica original . lo había sacrificado por llegar á ser dueño de aqueltesoro, y en el instante en que creia que sus deseos se ha-bían cumplido, cuando ya tenia la seguridad de ser inmensa-mente rico y habia empezado á saborear los goces que podriaproporcionarse, encontróse repentinamente pobre comosiempre habia sido y casado con aquella mujer horrible. —Vuestra esposa no se equivocó,—dijo el jesuíta con unacalma, que en aquellos momentos era verdaderamente horri-ble para el hidalgo;—para un alma desinteresada como lavuestra, para un caballero que sabe apreciar los gloriosostimbres de una familia, esos seculares pergaminos son untesoro de inmenso valor. Contempladlos, sí, contempladlos ygozad, en tanto que yo ruego al Omnipotente para que de-vuelva la salud á vuestra noble esposa y sea completa vuestradicha. En último caso el señor Antolin debia concluir por des-esperarse, y como no era hombre de mucha paciencia, púsose Sus ojos se abrieron como si se fueran á saltar de sus ó DE LAS TINIEBLAS. 303 en pié, clavó en el jesuíta una mirada terrible, y exclamó:—¡Por las tripas de Satanás! Pero en aquel instante púsose ante sus ojos la grave y ne-gra figura de Tordesillas, que dijo con acento reposado: —Caballero, he examinado detenidamente el estado devuestra esposa. —Me alegro mucho. —Según los sí —¿Se morirá corriendo?..» Ya lo sé. —La enfermedad, para los ojos profanos, parece grave; —¿Qué decís? —Que antes de tres dias vuestra esposa estará completa-mente buena. Este segundo golpe fué quizá más terrible que el señor Antolin quedó anonadado.—¡Buena!—murmuró con voz sorda.—Ya veis,—dijo el jesuíta, dirigiéndose á Jacobo,—la im-presión que le ha producido la feliz nueva, Greia este caba-llero que dentro de pocas horas tendría que llorar la mástriste viudez, y la alegría inesperada lo ha trastor
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