. Cuentos hispanoamericanos. aezados dos alazanes in-quietos. Y sin decir una palabra, nos lanzamos a rienda flojaen la obscuridad, desdeñando los caminos y tratando de cortar enlínea recta hacia la casa. 20 Nada iguala el horror de aquella huida de noche, bajo lalluvia, por campos desconocidos. . A veces nos encontrá-bamos galopando en un pantano; , otras veces los animales,cuyos ojos horadaban las tinieblas, se detenían bruscamenteante una barrera de alambres. En más de una ocasión tuvimos 25 que bajar y encender, a pesar del viento, un cerillo para tratarde orientarnos. El lodo nos llegaba


. Cuentos hispanoamericanos. aezados dos alazanes in-quietos. Y sin decir una palabra, nos lanzamos a rienda flojaen la obscuridad, desdeñando los caminos y tratando de cortar enlínea recta hacia la casa. 20 Nada iguala el horror de aquella huida de noche, bajo lalluvia, por campos desconocidos. . A veces nos encontrá-bamos galopando en un pantano; , otras veces los animales,cuyos ojos horadaban las tinieblas, se detenían bruscamenteante una barrera de alambres. En más de una ocasión tuvimos 25 que bajar y encender, a pesar del viento, un cerillo para tratarde orientarnos. El lodo nos llegaba a rodilla. . Un fríoglacial nos helaba los huesos. Y cada relámpago que rasgabala obscuridad, nos mostraba un panorama de desolación, dondesurgían los árboles desnudos, como brazos. . 30 — Demonos priesa ... — repetía Julio con una voz im-placable, que resonaba como una señal de socorro. Y hundíamos las espuelas con ferocidad, como si vinieranpersiguiéndonos. . Los caballos devoraban la distancia y. Los Caballos Salvajes 31 saltaban los pantanos y las cercas, ganados por el terror de lanoche. A veces me parecía oír un galope detrás denosotros. Fuéuna idea insensata, pero tuve miedo de algo que no supe no veía nada a mis pies, ni encima, ni en torno mío, me 6invadía cierto pavor y me parecía que no hallaríamos nuncanada ante nosotros, que no habíamos dejado nada detrás, quelos caballos no tocaban el suelo ... y que galoparíamoseternamente en el vacío, como fantasmas. . De pronto cesó la lluvia y un fresco olor de hierba mojada 10nos anunció que pisábamos tierra de agricultores. La haciendano podía estar lejos. . Pero la idea de llegar me horrorizósin saber por qué. Cuando nos hallamos ante la primera tranquera de la pro-piedad, Julio descorrió el cerrojo sin bajar del caballo y con-15tinuamos la carrera. De ahí a la casa, había todavía mediahora. Los animales comenzaban a flaquear, pero les herimosdesesperadamente los flanco


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