. Madrid viejo : crónicas, avisos, costumbres, leyendas y descripciones de la villa y corte en los siglos pasados. guardó tantos papelesgloriosos. Nada, ni nadie más que una docenade monjas, fugitivas de las ruinas, que han idoá encerrarse supervivientes, al extremo de lacalle de Claudio Coello, en un nuevo convento,que la caridad de los Sres. de Maroto levantóá sus expensas, para que las hijas de Santo Do-mingo el Real puedan seguir elevando al cielosus plegarias, y sus cánticos religiosos, que porcierto ajustan con arte, con gusto y afinación. Un hecho extrañó, repugnante, que nada tie-ne qu


. Madrid viejo : crónicas, avisos, costumbres, leyendas y descripciones de la villa y corte en los siglos pasados. guardó tantos papelesgloriosos. Nada, ni nadie más que una docenade monjas, fugitivas de las ruinas, que han idoá encerrarse supervivientes, al extremo de lacalle de Claudio Coello, en un nuevo convento,que la caridad de los Sres. de Maroto levantóá sus expensas, para que las hijas de Santo Do-mingo el Real puedan seguir elevando al cielosus plegarias, y sus cánticos religiosos, que porcierto ajustan con arte, con gusto y afinación. Un hecho extrañó, repugnante, que nada tie-ne que ver con el espíritu déla Institución pia-dosa de Santo Domingo el Real, se consumó enlos claustros del convento, por orden de la po-testad eclesiástica, con desagrado y resistenciade las monjas. El hecho que dio mucho que ha-blar y que horrorizó á los hombres de letras,fué, que por mano de D. Lope de Barrientos,obispo de Cuenca y fraile de -Santo Domingo,se quemaron una mañana, de orden de DonJuan II, en ios claustros de este monasterio, to-dos los libros y escritos de D. Enrique de Ville-. SANTO DOMINGO EL REAL I43 na, á quien por sus grandes conocimientos cien-tíficos, tacharon de mágico y hechicero, y dequien con este motivo escribió el insigne poetaJuan de Mena una larga composición, que con-cluye de esta manera: «i Oh Ínclito sabio autor muy scienteI) Otra y aun otra vegada te lloro,»Porque Castilla perdió tal tesoro))No conoscido delante de gente. »Perdió los tus libros sin ser conoscidos))Y como en exequias te fueron ya luego,«Unos metidos al ávido fuego,i)Y otros sin orden no bien repartidos». El hecho fué deplorable, y no me extraña quede todas partes se levantara un grito de protes-ta contra semejante auto de fe, perpetrado, noen el quemadero público, cara á cara, sino en lasombra, en el interior de un Cenobio de santasmujeres, grandemente simpático á todas las cla-ses sociales de Madrid. ¿Pero que culpa podría atribuirse en


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