. Islas Baleares; por Pablo Piferrer y José Ma. Quadrado. anzas narran la venida de Hércules, la enseñan-za del Fenicio y el valor del grande Aníbal, mientras á su vezel coro de los Eubages vaticina por las combinaciones de lasestrellas y los agüeros de la tierra y describe el poder mágicode las esferas invisibles, y los Druidas consignan con sus acen-tos solemnes las máximas que prestan cautela y sabiduría alhombre y le hacen vivir en la bondad y en la fortaleza. Si esta impresión causada por la vista de esos monumentosde la arquitectura primitiva dura en el viajero que de allí se di-rige á l


. Islas Baleares; por Pablo Piferrer y José Ma. Quadrado. anzas narran la venida de Hércules, la enseñan-za del Fenicio y el valor del grande Aníbal, mientras á su vezel coro de los Eubages vaticina por las combinaciones de lasestrellas y los agüeros de la tierra y describe el poder mágicode las esferas invisibles, y los Druidas consignan con sus acen-tos solemnes las máximas que prestan cautela y sabiduría alhombre y le hacen vivir en la bondad y en la fortaleza. Si esta impresión causada por la vista de esos monumentosde la arquitectura primitiva dura en el viajero que de allí se di-rige á la Cueva de la Ermita^ y si durante la travesía de dosleguas revuelve en su imaginación los cantares primitivos queellos le sugirieron, más profunda y más duradera se la causaráel monumento que la naturaleza comenzó á fabricar antes detoda época del arte, porque como nacida de una causa análogase favorecerá de la fuerza de la primera. Restos de un pinarconvidan á su agradable sombra en la playa solitaria que está tú< <CQ C/5. htu < a aou (/> < < Q<C¿HZ w I «aiUce: o <: 1096 ISLAS BALEARES al pie de la colina; y las bendiciones del que allí repara susfuerzas para emprender la subida ó aguarda que los guías con-cluyan sus aprestos, prueban de cuánta gratitud sean dignos losque no han consentido que el hacha privase á ese lugar de suúnico abrigo. Una senda estrecha y áspera, que las lluvias des-truyen y casi borran, serpentea por la montaña entre un bosquey rudos peñascos á la izquierda, y un precipicio poco menosque perpendicular á la derecha á cuyo pie el mar retumba. Átrechos cruza como una faja apenas marcada y tan inclinadacomo el mismo declive; y en ellos las piedras que los pies delviajero hacen rodar por la pendiente hasta el borde del precipi-cio y caer por la despedazada y alta pared que forma la costa,espantan á las palomas torcaces que á bandadas levantan elvuelo desde las cuevas y grietas marinas donde a


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