. Isabel la Católica; ó, El corazón de una reina, novela histórica; ilustraciones de L. Labarta. esolo necesito quedarme para invocar el auxilio de las mu-sas y en honor de mi amada componer una endecha. —¿La noche pasaréis entregado á la poesía?—preguntóMegalasio. —Tal es mi intento. —Que os aproveche. Yo considero más oportuno pa-sarla en brazos de Morfeo. —Es el dios más prosaico de todos los del Olimpo. —Pero es del que mi prosaica persona es más musas os inspiren, señor. —Y á ti Morfeo te acompañe. —Buenas noches. —Hasta mañana. Retiróse el escudero á otro aposento, donde por t


. Isabel la Católica; ó, El corazón de una reina, novela histórica; ilustraciones de L. Labarta. esolo necesito quedarme para invocar el auxilio de las mu-sas y en honor de mi amada componer una endecha. —¿La noche pasaréis entregado á la poesía?—preguntóMegalasio. —Tal es mi intento. —Que os aproveche. Yo considero más oportuno pa-sarla en brazos de Morfeo. —Es el dios más prosaico de todos los del Olimpo. —Pero es del que mi prosaica persona es más musas os inspiren, señor. —Y á ti Morfeo te acompañe. —Buenas noches. —Hasta mañana. Retiróse el escudero á otro aposento, donde por todolecho tenia un tapiz roto, y poco después dormía profun-damente. D. Diego sentóse junto á la mesa, cogió la pluma y pú-sose á escribir: «Amor, pues que con tu flechami corazón has heridoy á mis amorosas ansiaste has mostrado Los cuatro primeros versos saliéronle de un tirón; peroluego comenzó el bregar con las rebeldes rimas, y en lu-cha con ellas sorprendióle la luz del nuevo día. CAPÍTULO YI Una confidencia y un descubrimiento. A de día claro acababa D. IDiego de escri-bir el último verso de su endecha y lelasatisfecho su composición, cuando sepresentaron á él el anciano y la joven,sus escudero dormía aún y nadie se cuidó de desper-tarle. —Señor,—dijo el anciano al poeta:—prontos á abando-nar su vivienda, pues que de día es, y sólo durante la no-che nos disteis en ella albergue, venimos á despedirnosde vos y á cumpliros nuestra promesa de deciros quienessomos. — Os vuelvo á repetir,—respondió D. Diego,- que no osobligo á vuestras revelaciones. —Somos nosotros los que espontáneamente os lashacemos. —Hablad, pues, ya que en ello os empeñáis. Y les indicó dos sitiales para que en ellos se sentaran, 59 466 A. Hiciéronlo así; pero la joven colocó el suyo de maneraque el poeta no le pudiese ver el rostro. Sin duda iba á hablarse de algo que la avergonz


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