. Isabel la Católica; ó, El corazón de una reina, novela histórica; ilustraciones de L. Labarta. ue él tomó en sus brazos, colocándola cui-dadosamente sobre el arzón de la silla. Los dolores habían calmado un tanto y doña Juanaya no se quejaba. Pasado el primer impulso de volver junto á D. Pedro,hasta parecía contenta. Partieron. Al principio de la jornada, marcharon con toda clasede precauciones para evitar una sorpresa; después acele-raron más el paso. Nadie les ssguía ni en el camino tuvieron encuentroalguno desagradable. Únicamente agraváronse en la reina hasta tal puntolas consecuencias d


. Isabel la Católica; ó, El corazón de una reina, novela histórica; ilustraciones de L. Labarta. ue él tomó en sus brazos, colocándola cui-dadosamente sobre el arzón de la silla. Los dolores habían calmado un tanto y doña Juanaya no se quejaba. Pasado el primer impulso de volver junto á D. Pedro,hasta parecía contenta. Partieron. Al principio de la jornada, marcharon con toda clasede precauciones para evitar una sorpresa; después acele-raron más el paso. Nadie les ssguía ni en el camino tuvieron encuentroalguno desagradable. Únicamente agraváronse en la reina hasta tal puntolas consecuencias de su caída, que se le hincharon laspiernas y la fiebre hizo presa en ella. ISABEL LA CATÓLICA 181 Desvariaba, hablando de su esposo, de su hija y deD. Pedro, y Hurtado tenia que sujetarla fuertemente paraque no cayera del caballo. Cuando llegaron al término de su viaje, D.^ Juana hu-bo de meterse en el lecho, en el que permaneció algunosdías gravemente enferma; pero su vigorosa naturalezavenció la enfermedad, y pronto estuvo en disposición depretender realizar sus CAPÍTULO XXIV De cómo Margarita defendía su nueva posición


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