La Mujer . fuera del cuarto lla-mando á su hijo: en la puerta se encontró á una mujersentada sobre ia nieve cubierta con un manto negro, quele dijo: —La muerte estaba en tu cuarto, la he visto huir•con un niño. Va más de prisa que el viento y no de-vuelve nunca lo que se lleva. —Indícame el camino que ha tomado—dijo la madre, yo la encontraré. —Lo sé—dijo la mujer del manto negro,—pero antesde decírtelo necesito que me cantes todas las cancionescon que dormías á tu niño. Me gustan mucho esas can-ciones; te las he oído Yo soy la noche y he visto cómo llorabas algunas veces cuando cantabas. —


La Mujer . fuera del cuarto lla-mando á su hijo: en la puerta se encontró á una mujersentada sobre ia nieve cubierta con un manto negro, quele dijo: —La muerte estaba en tu cuarto, la he visto huir•con un niño. Va más de prisa que el viento y no de-vuelve nunca lo que se lleva. —Indícame el camino que ha tomado—dijo la madre, yo la encontraré. —Lo sé—dijo la mujer del manto negro,—pero antesde decírtelo necesito que me cantes todas las cancionescon que dormías á tu niño. Me gustan mucho esas can-ciones; te las he oído Yo soy la noche y he visto cómo llorabas algunas veces cuando cantabas. —Te las cantaré todas—dijo la madre,—pero no me•detengas, para que yo pueda alcanzar á mi hijo. La noche se calló. Entónces la madre, retorciéndose los brazos de pena,-cantó llorando; había muchas canciones, pero muchasanas lágrimas. En fin, dijo la noche: —Toma á la dcreclia, entra en la oscura selva depinos; ese es el camino que la muerte ha tomado con Pero en medio del bosque los caminos eran tantos ytan inmensos, que la pobre madre no sabía cuál debiaseguir. Había un matorral de espinos sin llores ni hojas,cubierto de pedazos endurecidos de nieve. Era el in-vierno. —¿Has visto á la muerte que lleva á mi hijo? — Sí—contestó el invierno,—pero no te lo diré si nome calientas sobre tu seno. Estoy helado aquí. Pareceque estoy convertido en piedra, de frío que tengo. Ella abrazó el espino contra su pecho fuertementepara que se deshelase, y las espinas, clavándose en suscarnes, hicieron correr la sangre en gruesas gotas. Entónces el espino se cubrió de flores en medio delinvierno: ¡tan ardiente es el corazón de una madre de-solada! El espino entonces la dejó pasar indicándole el ca-mino que debía seguir. De pronto se encontró con un gran lago (jue le im-pedía el paso. No había ni barca, ni puente; no estabani bastante líquido para poder nadar ni bastante lieladopara pasarlo á pié, y, sin embar


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