La Mujer . dos con las tropas delínea. Su aspecto era el de personas horriblementeCansadas, que caminaban ó se arrastraban con dificultady que se detenían cerca de las secuelas ó arroyos dondepodían tomar algunos sorbos de agua. Iban silenciosos,y sólo dos veces oímos una hermosa voz toscana queentonaba el Addio Minetta, voz que, no hallando eco,acabó por callarse. Más allá de Quaderni oímos también Pero esta voz, que invocaba la piedad de Dios, seperdió también en el espacio. Más allá de Rosegaferro, el eco de una banda decornetas vino á acariciar nuestro oído. Probablementeprocedía ese eco d


La Mujer . dos con las tropas delínea. Su aspecto era el de personas horriblementeCansadas, que caminaban ó se arrastraban con dificultady que se detenían cerca de las secuelas ó arroyos dondepodían tomar algunos sorbos de agua. Iban silenciosos,y sólo dos veces oímos una hermosa voz toscana queentonaba el Addio Minetta, voz que, no hallando eco,acabó por callarse. Más allá de Quaderni oímos también Pero esta voz, que invocaba la piedad de Dios, seperdió también en el espacio. Más allá de Rosegaferro, el eco de una banda decornetas vino á acariciar nuestro oído. Probablementeprocedía ese eco de la columna de Bixio que formaba laretaguardia del ejército italiano. Algunos pasos más adelante encontramos un grupode cadáveres, ante cuya vista retrocedimos. Entoncesnos bajamos de los caballos. Los rayos de la luna, se-mi-velados por las nubes, nos permitieron distinguir queeran húngaros, aunque más bien parecían negros, pues lamuerte había amoratado sus rostros. Parecía como.


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