. Islas Baleares; por Pablo Piferrer y José Ma. Quadrado. En lontananza, al norte y ponientecierran el horizonte cumbres azuladas, mientras por la parte delevante tiéndese la llanura oportunamente interrumpida por algunas colinas. AmediodÃ-a abre la ba-hÃ-a sus dos brazos decinco leguas; y si enel de la derecha elantiguo Bellver co-rona una cima comoun centinela de Pal-ma, al extremo de laizquierda, del senode las ondas sobre-sale la isla de Cabre-ra árida, rojiza y pe-ñascosa, como es-piando aquellasaguas, que entre lasdos costas resplan-decen con mil acci-dentes de luz, y mar-can las tin


. Islas Baleares; por Pablo Piferrer y José Ma. Quadrado. En lontananza, al norte y ponientecierran el horizonte cumbres azuladas, mientras por la parte delevante tiéndese la llanura oportunamente interrumpida por algunas colinas. AmediodÃ-a abre la ba-hÃ-a sus dos brazos decinco leguas; y si enel de la derecha elantiguo Bellver co-rona una cima comoun centinela de Pal-ma, al extremo de laizquierda, del senode las ondas sobre-sale la isla de Cabre-ra árida, rojiza y pe-ñascosa, como es-piando aquellasaguas, que entre lasdos costas resplan-decen con mil acci-dentes de luz, y mar-can las tintas que ensu superficie imprimeel paso de las brisasy de las ráfagas. AllÃ-, desde aque-lla plataforma, gentilmora tal vez ondeó elsutil alhareme dando el último adiós al valiente corsario; ó allÃ-salió á saludarlo cuando, izando gallardetes, á vela y remo en-traba en la bahÃ-a remolcando la embarcación cautiva. Del altatorre pudo ver el walÃ- almoravide al pisano Dodón cerrar todasalida con sus cruceros, y al conde D. Ramón Berenguer y al. PALMA.âPuerta de la Capilla de Palacio ISLASBALEARES 681 arzobispo Pedro disponer las huestes para el asalto. No las fuer-tes albarranas de los ángulos bastaron á detener el Ã-mpetu delos cruzados: el fragor del combate retumbó por los artesona-dos aposentos, llenos de las riquezas robadas á las costas deCataluña, Provenza é Italia; las aguas del puerto reflejaron elrojo resplandor de las llamas; y á través del humo vióse preci-pitar al abismo á los vencidos por aquellos mismos ajimeces ygalerÃ-as, de donde la gentil mora enviaba el último adiós al cor-sario causador de tanto estrago. Los recuerdos vuelan alrededor de aquellas tristes paredes;y si los postreros crepúsculos de la tarde brillan débilmente de-trás de la sierra de PortopÃ-, y las sombras invaden con lentitudlas regias cámaras, entonces las imágenes de lo pasado revivenen la fant


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