. Isabel la Católica; ó, El corazón de una reina, novela histórica; ilustraciones de L. Labarta. CAPITULO XI La confesión de Violante. LEGADO que hubo D. Manuel de Medina ásu palacio, advirtiéronle de que su hija de-seaba verle con urgencia, y el buen caba-llero encaminóse acto seguido á la cánnarade la hermosa D/ én él ansiaba abrazar á la joven, de la que te-níanle más apartado que quisiera los manejos políticosen que se hallaba envuelto. Aquella hija única era su encanto, su alegría y su or-gullo y cifraba en ella halagüeñas esperanzas de un por-venir dichoso. —Los brazos dame


. Isabel la Católica; ó, El corazón de una reina, novela histórica; ilustraciones de L. Labarta. CAPITULO XI La confesión de Violante. LEGADO que hubo D. Manuel de Medina ásu palacio, advirtiéronle de que su hija de-seaba verle con urgencia, y el buen caba-llero encaminóse acto seguido á la cánnarade la hermosa D/ én él ansiaba abrazar á la joven, de la que te-níanle más apartado que quisiera los manejos políticosen que se hallaba envuelto. Aquella hija única era su encanto, su alegría y su or-gullo y cifraba en ella halagüeñas esperanzas de un por-venir dichoso. —Los brazos dame,—entró diciendo,—y perdón otorgaá mi alejamiento que no obedece á impulsos del corazón,sino á imposiciones del deber. Interrumpió su discurso y sorprendido quedóse, al verá la que era encanto de su ancianidad, demudado el ros-tro, pálidas las mejillas, enrojecidos los ojos y con todaslas trazas de un pesar profundo. 92 A. CONTRERAS —¿Qué desgracia imprevista tu alteración me anuncia,mi hija amada?—añadió, tembloroso é inquieto.—A misbrazos ven y en ellos recobra la alegría y la calma.


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