. Isabel la Católica; ó, El corazón de una reina, novela histórica; ilustraciones de L. Labarta. re nosotros y entonces sobre él nos arro-jamos hirié —¿Qué más?—le interrumpió impaciente la dama. —Dándole por muerto, huimos presurosos. —Bien. —Siguiendo vuestras instrucciones, á una ronda avisa-mos de que habíamos visto en la calle el cadáver de unhombre. -¿Y qué? 240 A. OONTRBRAS —La ronda encaminóse al sitio por nosotros indicado. — ¿Y qué hicisteis entonces? —Seguimos á la ronda. Juzgad nuestro asombro, cuan-do al llegar, vimos que D. Rodrigo había desaparecido. —¿Cómo? ^ —Vivo ó mu


. Isabel la Católica; ó, El corazón de una reina, novela histórica; ilustraciones de L. Labarta. re nosotros y entonces sobre él nos arro-jamos hirié —¿Qué más?—le interrumpió impaciente la dama. —Dándole por muerto, huimos presurosos. —Bien. —Siguiendo vuestras instrucciones, á una ronda avisa-mos de que habíamos visto en la calle el cadáver de unhombre. -¿Y qué? 240 A. OONTRBRAS —La ronda encaminóse al sitio por nosotros indicado. — ¿Y qué hicisteis entonces? —Seguimos á la ronda. Juzgad nuestro asombro, cuan-do al llegar, vimos que D. Rodrigo había desaparecido. —¿Cómo? ^ —Vivo ó muerto» pero gravemente herido, sin duda,**alguien recogió su cuerpo. —¿Quién pudo ser? —La judia, acaso. —Si, seguro; ella seria. —Resultado, que ignoramos si vive ó no y dónde sehalla. —¡Torpes! —exclamó D. Leonor furiosa.—¿Para queasi me sirváis os di mi oro? Os comprometisteis á hacerque D. Rodrigo muriese esta misma noche. —Señ —¡Quítate de mi vista! Leandro, después de saludar de nuevo, salió de la i CAPÍTULO XXXIV Misterio


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