. Isabel la Católica; ó, El corazón de una reina, novela histórica; ilustraciones de L. Labarta. eis la bondad de ser conmigo muy lisonjero. * * ¿Cómo insistir en negar?Era inútil. D. Pedro lo comprendió asi, y abandonando el disimu-lo dijo: — Explícame, Margarita, lo que tu cambio significa ypara qué aquí me han traído. Eclióse á reír ella y repuso: —Tan largo sois en pedir como corto en conceder. Ex-plicaciones demandáis de todo, y vos en cambio aún nohabéis consentido en confesar que me conocéis. —Pues bien, si, te jconozco, y yo te juro, que si lo quepasó entre nosotros callas y no me comp
. Isabel la Católica; ó, El corazón de una reina, novela histórica; ilustraciones de L. Labarta. eis la bondad de ser conmigo muy lisonjero. * * ¿Cómo insistir en negar?Era inútil. D. Pedro lo comprendió asi, y abandonando el disimu-lo dijo: — Explícame, Margarita, lo que tu cambio significa ypara qué aquí me han traído. Eclióse á reír ella y repuso: —Tan largo sois en pedir como corto en conceder. Ex-plicaciones demandáis de todo, y vos en cambio aún nohabéis consentido en confesar que me conocéis. —Pues bien, si, te jconozco, y yo te juro, que si lo quepasó entre nosotros callas y no me comprometes, sabrécumplirte cuanto para obtener tus servicios te prometí. A estas frases contestó una carcajada sardónica, y le-vantándose de nuevo el tapiz de la puerta por donde habíaaparecido Margarita, se presentó Pacheco, diciendo: — {Bien, D. Pedro! ¡Lindo papel el de envenenador, pa-ra un noble caballero! Fonseca llevó la mano al cinto, en busca de su espada,y entonces echó de ver que antes de conducirle allí le ha-^bian quitado sus armas. CAPÍTULO XVÍ. De cómo siguió D. Juan los consejos de Tarsio IZO Pacheco seña á Margarita de que seretirase, y la joven salió después desaludar con una reverencia. Quedaron solos los dos nobles frenteá frente. P. Juan avanzó hacia su prisioneroy le dijo: — Caballero Fonseca, en mi poder estáis y reconocidoos habéis como cómplice, al menos, del envenenamientodel infante D. Alfonso. —¡Falso!—replicó D. Pedro, á quien el instinto de lapropia conservación y defensa hizo volver en si. —¡Cómo!—repuso con irónica tranquilidad el de y tornadizo sois en demasía. ¿Asi des-mentís las palabras que aquí mismo hace poco pronun-ciasteis? Ved que escondido escuché toda vuestra conver-sación con Margarita. —¡Ha sido una traición, una infamia, un lazo más pro-pio para ser tendido por rufianes que por un caballero! —Mi risa provocáis, y á fé que no es
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