La captura de Sorocaima . como la palma desus manos. Durante su infancia lo había recorridomuchas veces en unión de Guaicaipuro o cana-leteando sólo en su pequeña curiara. No habíalugar que no le fuese familiar ni recodo de sucurso que no conociera con exactitud. Por esolas órdenes que daba a los remeros eran precisasy no obstante la obscuridad, la embarcación sedeslizaba con extrema rapidez y seguridad. Ade-más, no había que temer el ataque de animalespeligrosos, pues en sus aguas vivían solamentepequeños saurios conocidos con el nombre debabas, de longitud no mayor de un metro y sinla acomet


La captura de Sorocaima . como la palma desus manos. Durante su infancia lo había recorridomuchas veces en unión de Guaicaipuro o cana-leteando sólo en su pequeña curiara. No habíalugar que no le fuese familiar ni recodo de sucurso que no conociera con exactitud. Por esolas órdenes que daba a los remeros eran precisasy no obstante la obscuridad, la embarcación sedeslizaba con extrema rapidez y seguridad. Ade-más, no había que temer el ataque de animalespeligrosos, pues en sus aguas vivían solamentepequeños saurios conocidos con el nombre debabas, de longitud no mayor de un metro y sinla acometividad de los grandes cocodrilos queinfestaban las aguas de otros ríos. Llevaban ya casi una hora de viaje cuandoSorocaima, rompiendo el silencio que traían, dijo: —Nos falta poco por llegar a nuestro ya a la altura de las tierras de nuestrobuen amigo Tocóme y si no surge algún incon-veniente a última hora, desembarcaremos feliz-mente en Petare con el primer rayo de sol. Así, — 100 —. pues. —añadió dirigiéndose a Topo y a Guaica—un pequeño esfuerzo más, amigos míos, que yatendréis tiempo de reponer vuestra fatiga conun buen rato de sueño. El río corría ahora por la parte más ancha delvalle de Caracas, entre hermosos cañ a amanecer. Frente a ellos apareciómajestuosa la cumbre dorada de Guaraira-Reparo. Más abajo las tupidas montañas de Los Ma-nches. —Mare —ordenó Sorocaima— es el momentode anunciar nuestro arribo. Mare se llevó el rosado caracol a la boca ycon sorprendente habilidad arrancó melodiosossonidos que a poco tuvieron igual respuesta desdediferentes puntos del valle. La embarcación torció de rumbo para alcanzarla margen derecha del río y enfiló cortando lasaguas hacia una pequeña ensenada en la desem-bocadura del Caurimare en donde se había con-gregado un grupo de indígenas de rostros pin-tados que no cesaban de tocar sus guaruras enseñal de amistad. Cuando la canoa tocó tierr


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