El doncel de don Enrique, el doliente; historia caballeresca del siglo XV . me entregaseis á discreción dela tínica tal vez de quien un juramentosagrado y una unión mil veces maldecidapara siempre me separan? ¡Yo romperéesa ara, yo la destrozaré I ¡ yo hollaré conmis propios pies ese altar funesto que nosdivide! ^ concluía al cabo de un paseo masagitado. Pero de alli á poco volvia la reflec-Sion á ocupar el lugar de la pasión, y sele oía entre dientes: ^^No, el infeliz Ha-cías te probará el esceso de su amor enel mismo esceso de su silencio: él seráeternamente desdichado, pero jamas ten-drá va


El doncel de don Enrique, el doliente; historia caballeresca del siglo XV . me entregaseis á discreción dela tínica tal vez de quien un juramentosagrado y una unión mil veces maldecidapara siempre me separan? ¡Yo romperéesa ara, yo la destrozaré I ¡ yo hollaré conmis propios pies ese altar funesto que nosdivide! ^ concluía al cabo de un paseo masagitado. Pero de alli á poco volvia la reflec-Sion á ocupar el lugar de la pasión, y sele oía entre dientes: ^^No, el infeliz Ha-cías te probará el esceso de su amor enel mismo esceso de su silencio: él seráeternamente desdichado, pero jamas ten-drá valor para perturbar tu felicidad/ En estos y otros soliloquios á estos se-mejantes le encontró el momento de la (1Í5) risita que esperaba. El conde de Cangasy Tinco, envuelto en un sobrecapote de fi-no bellorí, y con una linterna sorda enla mano para alumbrar sus pasos , se pre-sentó llamando á su puerta. Abrióle, ydespués de un corto y silencioso saludodieron principio al importante coloquioque nos vemos precisados á dejar para otrocapí CAPITULO VI. Calledes, conde , callede» ,conde, no digáis tos tale. £1 conde desque esto oyerapresto tal respuesta hace:— Ruégote yo , caballero ,que me quieras escuchare. El conde Dirlos. G lUANDO don EDrique de Villena entróen el aposento de Macías, este le arrimóun asiento, el cual ocupó sin hacerse derogar, como hombre que se reconoce su-perior en gerarquía al que guarda con éluna consideración. Macías se senló enotro, colocándose de suerte que quedabala mesa con la lámpara que en ella ardiaen medio de los dos; y lo hizo con el ai-re de un hombre que si bien se creeen el caso de tributar atenciones á aquelcon quien está en sociedad, no se ima-gina de ninguna manera en posición desostener de pie con él, sentado, una lar- (Ii7)ga conferencia. Colocados de esta mane-ra, daba la luz de lleno en el rostro deentrambos, y como creemos no baber dadohasta ahora idea alguna de las fisonomías yes


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