La Mujer . a-cencia, y poco después dormía como unbienaventurado. No me pasó á mí lo mismo. Pasé la no-che pensando en que ustedes puedenimaginarse. Al día siguiente me levanté ycomo no había podido convencerme de loque el hotelero me dijo, traté de persua-dirme con pruebas. No había duda ninguna, señores: el jo-ven pianista había sentado sus reales enel dormitorio de madame, con quien pla-ticaba amigablemente. La especie cundió, como era de espe-rarse, y ahí tienen ustedes por qué todo elmundo cuchichea y se ríe. —Pues no tiene nada de particular, —re-plicó el señor francés. — Que no? —


La Mujer . a-cencia, y poco después dormía como unbienaventurado. No me pasó á mí lo mismo. Pasé la no-che pensando en que ustedes puedenimaginarse. Al día siguiente me levanté ycomo no había podido convencerme de loque el hotelero me dijo, traté de persua-dirme con pruebas. No había duda ninguna, señores: el jo-ven pianista había sentado sus reales enel dormitorio de madame, con quien pla-ticaba amigablemente. La especie cundió, como era de espe-rarse, y ahí tienen ustedes por qué todo elmundo cuchichea y se ríe. —Pues no tiene nada de particular, —re-plicó el señor francés. — Que no? — esclamaron los demás queestaban en el palco. —No, y desaparecerá del semblante deustedes ese gesto de asombro cuando se-pan que el pianista que ahí espera se calle ALBUM - REVISTA « LA MUJER » el público para continuar con el oficioque le da de comer no se llama CarlosLambra, como anuncian los carteles, ,—Y qué tiene que ver el nombre con elcambio de dormitorio?. —Mucho, porque Carlos Lavnbra no eshombre ..—Es mujer?—! —Sí^ una mujer que puede llevar sufrente altiva y que se ha visto precisadaá ejercer las habilidades de su esmeradaeducación para vivir. Para ello tuvo que


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