La Mujer . orre con un repiquede gloria, de alegría, como voces de uncoro nupcial que celebrase las bodas delcielo y de la tierra. No pudo Lu ía convencer á su padre deque, al menos aquel día, debiera pasarlocon la chaqueta puesta.— Me ahogaría.—Y por parecerle esta razón de suficientepeso, no daba otra. Con orgullo heredita-rio cubría su busto de oso polar con lim-písima camisa de lienzo por entre la cual.*íe desbordaba la crespa pelambre co-mo maceta frondosísima. Cuando entróApolinar, ya estaba allí el primo Climaco,la hermana Bella con sa dilatada prole,los trabajadores de la casa y vanos


La Mujer . orre con un repiquede gloria, de alegría, como voces de uncoro nupcial que celebrase las bodas delcielo y de la tierra. No pudo Lu ía convencer á su padre deque, al menos aquel día, debiera pasarlocon la chaqueta puesta.— Me ahogaría.—Y por parecerle esta razón de suficientepeso, no daba otra. Con orgullo heredita-rio cubría su busto de oso polar con lim-písima camisa de lienzo por entre la cual.*íe desbordaba la crespa pelambre co-mo maceta frondosísima. Cuando entróApolinar, ya estaba allí el primo Climaco,la hermana Bella con sa dilatada prole,los trabajadores de la casa y vanos veci-nos, atraídos por aquellos olores de coci-na y fritanga, fieros despertadores de lagula. —Qué los tenga usted muy felices, tíoJuan y la compaña. —Apolinar, tantas gracias, v lo mesmodigo. —Vaya, aquí tiene usted la gallinaza dehoy, que parece un bruño. Y sin pedir permiso, fuese á la cuadray trajo un brazado de amapolas que tirópor el suelo. —Tío Juan eche usted Y más ágil que un pájaro, doblóse y pes-có un manojo de h erba en flor que le caíasobre el pecho como una llama. —Si usted quiere, me la como. — No tienes que comerla. El toque estáen trincarla. — Lucía, coge el ascua más grande quehaya en la hornilla: hala, ya esiá.Tío Juan,encienda usted su cigarro, y si quiere liarotro, por mí no hay apuro: que ni me me-neo, ni bailo, ni soplo, ni ¡Comoque tengo aquí un callo que parece unaonza de oro! — Ya está. Justo, las tres co-sas. Ahora, tú, Lucía, ahraza á este bruto. El bruto no esperó á Lucía; él la abra-zó con toda su tuerza.—Tío Juan, ¿de veras que es para mí? ALBUM-REVISTA « LA MUJER » —Para tí, cernícalo. Y dale gracias algallo que te curó; porque ni yo tengo do-lor de hijares ni cosa que se le parezca. —¿Entonces?... —No seas borrico — dijo Lucía. — Padrequería que madrugases; si no madrugasno me abrazas. Apolinar soltó un relincho estrepitoso;un reli


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