La Mujer . carretas que con-ducían á las gentes deCustoza que iban á re-coger los heridos. Nosalejamos en direcciónopuesta, por entre mi-llares de cadáveres queyacían en horrible con-fusión envueltos entielos caballos y las ar-mas arrojadas poco an-tes. Ni un soldado con-servaba los zapatos nila.í medallas de plataque lucieron en el ])e-cho como honrosa con-decoración. Algunos caballos co-ri ían desalentados porel campo, relinchandotristemente, y parándose á veces junto á los cadáveres,como si quisieran buscar ó reconocer al que fué su dueño. La tempestad arreciaba y la lluvia cada vez era más


La Mujer . carretas que con-ducían á las gentes deCustoza que iban á re-coger los heridos. Nosalejamos en direcciónopuesta, por entre mi-llares de cadáveres queyacían en horrible con-fusión envueltos entielos caballos y las ar-mas arrojadas poco an-tes. Ni un soldado con-servaba los zapatos nila.í medallas de plataque lucieron en el ])e-cho como honrosa con-decoración. Algunos caballos co-ri ían desalentados porel campo, relinchandotristemente, y parándose á veces junto á los cadáveres,como si quisieran buscar ó reconocer al que fué su dueño. La tempestad arreciaba y la lluvia cada vez era másfuerte. La ambulancia de Custoza llegó entonces al lu-gar donde nos encontrábamos, y á la incierta y fugitivaInz de los relámpagos presenciamos una escena indescrip-tible. Los vivos removían á los muertos, de entre loscuales salían voces apagadas de algunos infelices, que, ápesar de su apariencia, no hablan aún perdido la exis-tencia. Unos pedían agua, otros pronunciaban un nom-. VITTORIO EMANUELE TI bre querido; algunos^óvenes llamaban á sus madres, yotros á su esposa ó á sus hijos. Muchos de aquellosdesgraciados no tenían fuerzas para llegar hasta la ca-rreta, y caían exánimes, derramando un llanto amargoque se mezclaba con la sangre de sus heridas. Apartamos la vista de aquel espectáculo, y nos diri-gimos á una altura quecreímos á propósito pa-ra descansar un mo-mento; pero estaba con-vertida en una verda-dera carnicería. El arma blanca habíahecho terribles estragosen aquellos cadáveres,que además tenían des-trozadas las cabezas,sin duda por efecto delos tiros de revólverque se dispararían áque maropa. No de otromodo se concibe tantremendo destrozo. A las dos de la ma-drugada marchamos deaquellos sitios, pisan-do siempre restos liu-manos. Al llegar á unal)atería austríaca, queguardaba entonces pro-fundo silencio, y en de-riedor de la cual ha-l)ian muerto muchossoldados italianos, oí-mos de repente una vozque salió de aque


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