. Islas Baleares; por Pablo Piferrer y José Ma. Quadrado. tM^,.i:-i^-~ r^Afca?^ \^,:^S^-^_ > PALMA. — Baños árabes 676 ISLAS BALEARES que los otros, se apea en los segundos pilares de cada esta cúpula algunas pequeñas aberturas circulares y alfeyza-das dan paso á la luz, que suave y templada debía de esclarecer misteriosamen-te el estanquedel centro, yacreciendo lasproporcionesdel sitio, sin di-sipar entera-mente las som-bras, se armo-nizaría con laperezosa volup-tuosidad de losplaceres delbaño. Al asentar sudominio en Ma-llorca, trazaronlos Árabes elfuerte recintode su Almude-n
. Islas Baleares; por Pablo Piferrer y José Ma. Quadrado. tM^,.i:-i^-~ r^Afca?^ \^,:^S^-^_ > PALMA. — Baños árabes 676 ISLAS BALEARES que los otros, se apea en los segundos pilares de cada esta cúpula algunas pequeñas aberturas circulares y alfeyza-das dan paso á la luz, que suave y templada debía de esclarecer misteriosamen-te el estanquedel centro, yacreciendo lasproporcionesdel sitio, sin di-sipar entera-mente las som-bras, se armo-nizaría con laperezosa volup-tuosidad de losplaceres delbaño. Al asentar sudominio en Ma-llorca, trazaronlos Árabes elfuerte recintode su Almude-na (i), que conel ensanche dela población PALMA.—Arco DE LA almudaina vino a ser la mo- rada de las fa-milias más ilustres y la ciudadela; y aun hoy en día, en la calleque ha conservado aquel nombre (Almudayna), un arco sombríomarca el lugar de una de sus puertas. Si aquella es la de que. (i) La línea de circunvalación corría poco más ó menos del Alcázar al Mira-dor, calles de Morey y de Líordils ó Almudayna, y comprendía á Santo Domingo,hasta tocar otra vez en el Alcázar. ISLAS BALEARES 677 habla el rey D. Jaime en su crónica, ¿cómo no recordar la tre-menda escena que ella presenció el día del asalto? Alanceadospor la caballería cristiana, desamparando al walí Said-ben el-Hakem, recogíase á la Almudayna el tropel de los fugitivos; ysordos los de dentro al riesgo de sus hermanos y atentos nomás que al suyo propio, así que pudieron cerraron las puertas,y dieron lugar á que las espadas aragonesas y catalanas amon-tonasen los cadáveres al pie del mismo muro. Ahora ya no bajacon estrépito la ferrada compuerta por los encajes de entramboslados, ni velan escuchas en su barbacana sostenida por ménsu-las ¡guales á las de la torre del Señal (Portopí): rodéanlo pací-ficos edificios modernos; y el silencio que allí reina, la disposi-ción de las c
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