La Mujer . policía, íustígó los famélicospingos, extenuados 3^ malferidos apesar dela caritativa protección del insigne Alba-rracin, los «que, dando tumbos y revolcones»emprendieron accidentada carrera en di-rección al lugar designado. El personaje desembarcó, como diríaPellicer, de la victoria y entró en las ofi-cinas de telégrafos, y. .\. á los dos minu-tos, saliendo por el portón de Bolívar, seperdió en medio de los numerosos tran-seúntes que en aquellas horas llenabanlas aceras de la calle. El cochero esperó una hora, El gomoso revistero se acostó aquellanoche sin comer, y hasta qu


La Mujer . policía, íustígó los famélicospingos, extenuados 3^ malferidos apesar dela caritativa protección del insigne Alba-rracin, los «que, dando tumbos y revolcones»emprendieron accidentada carrera en di-rección al lugar designado. El personaje desembarcó, como diríaPellicer, de la victoria y entró en las ofi-cinas de telégrafos, y. .\. á los dos minu-tos, saliendo por el portón de Bolívar, seperdió en medio de los numerosos tran-seúntes que en aquellas horas llenabanlas aceras de la calle. El cochero esperó una hora, El gomoso revistero se acostó aquellanoche sin comer, y hasta que se durmió nocesó de maldecir á los Sres. de Pedantería,para escribir de los cuales otra vez no sedevanaría los sesos haciendo galas de po-líglota y de retórico {sic). Pero al fin durmió í-aiisfecho porquehabía descargado su furor caloteando alcochero y aumentando la cuenta de bebidas y pasteles en la confitería de que eracliente sempinterno. ¡Ah! AUGUSTO LOREDO. (Remitido). ALBUM - REVIST «LA MUJER NO HAY MAL QUE POR BIEN NO VEN6A HISTORIA QUE PARECE CUENTO Rota es un pueblo pequeñito é insignifi-cante de Andalucía, tan insignificante quese cuenta el anedócta siguiente: Había en (^adiz dos hermanos conocidospor el sobrenombre de los perdigones,asiduos concurrentes de las tiendas demontañeses (tabernas), y en las que hacíanun gran consumo de sibrosísimo zumo devides. Los dos eran republicanos, como po-drían haber sido otra cualquier cosa, ydiscutiendo un día acerca de si, al fin,vendría ó no á España el inolvidable y ca-balleresco monarca español Don Amadeode Saboya, decía uno de ellos al otro, conesa obstinada terquedad del ebrio: —Te digo que no vendrá. —Y yo te digo que sí. — Y yo te apuesto á que no; porque tengomis razones, —¿Con alas?—\Q preguntó el segundo,dando un traspié. —¿Pues, lo que dicen los boletines de losdiarios de los papeles públicos de Madrid? —¿Y qué dice toda esa gente? —Que ha ped


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