La Mujer . hay quien pueda conmigol Y los montones de papel van poco ápoco desapareciendo, y á parar á manosde los que compran al menudeo, y quetienen pocos, pero seguros compradores. Entre los vendedores hay sus clases ydistinciones, bien por simpatías, por anti-güedad, ó por la tuerza. Por antigüedad está la primera doñaMaría, napolitana de setenta y cuatroaños. —¿Cuánto tiempo hace quevende La Pr^ws<3¿—la pregun-tamos. —lo, signor, veinte y due años,lo conosco al signor Paz cuandosalía il suo periódico con otramáquina mas pobere qui las deahora, — y sonriéndose satis-fecha de lo que decí


La Mujer . hay quien pueda conmigol Y los montones de papel van poco ápoco desapareciendo, y á parar á manosde los que compran al menudeo, y quetienen pocos, pero seguros compradores. Entre los vendedores hay sus clases ydistinciones, bien por simpatías, por anti-güedad, ó por la tuerza. Por antigüedad está la primera doñaMaría, napolitana de setenta y cuatroaños. —¿Cuánto tiempo hace quevende La Pr^ws<3¿—la pregun-tamos. —lo, signor, veinte y due años,lo conosco al signor Paz cuandosalía il suo periódico con otramáquina mas pobere qui las deahora, — y sonriéndose satis-fecha de lo que decía, y arras-trando sus cansados pies des-apareció entre toda aquellacon fusión de nacionalidades. Vendedores hay, que vienen á de dos grandes perros, tristeshasta que sa^e el ptriódico, y en el mo-mento que sus dueños aparecen con elpapel á la espalda y agobiados por el peso,jqué saltos, qué ladridos, qué deseos dever montar á su amo para salir corriendo.


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