El siglo de las tinieblas, o memorias de un inquisidor; novela histórica original . le hayan puestodelante cien esbirros. —En ese caso, el señor —Habrá imitado á Simón, porque es valiente. —Pronto saldremos de dudas. —¡Oh!—exclamó el huérfano apretando los puños y de-jando escapar centellas de los ojos.—Si ha llegado á morirSimón, no habrá sangre suficiente para satisfacer mi sed devenganza. —No nos entreguemos á la desesperación sin saber lo queha sucedido. —Pensad, caballero, que. os esperamos con afá —Entrad, que no tardaré en ñones estrechó la mano de sus amigos, l


El siglo de las tinieblas, o memorias de un inquisidor; novela histórica original . le hayan puestodelante cien esbirros. —En ese caso, el señor —Habrá imitado á Simón, porque es valiente. —Pronto saldremos de dudas. —¡Oh!—exclamó el huérfano apretando los puños y de-jando escapar centellas de los ojos.—Si ha llegado á morirSimón, no habrá sangre suficiente para satisfacer mi sed devenganza. —No nos entreguemos á la desesperación sin saber lo queha sucedido. —Pensad, caballero, que. os esperamos con afá —Entrad, que no tardaré en ñones estrechó la mano de sus amigos, les recomendóla mayor vigilancia y se alejó con la misma tranquilidad quesi hubiese llevado una fuerte escolta. 764 EL SIGLO Los otros entraron en la suntuosa morada de Martin ymandaron cerrar la puerta que daba á la calle. ¿Habían conseguido algo nuestros amigos? No, sino que, por el contrario, era más crítica su situa-ción. Por lo que pudiera suceder, reuniéronse todos los criadosde Quiñones, armándose y preparándose á la I CAPITULO XXXVI. Fioreutío se desespera y luego se tranquiliza. En tanto que Martin se encaminaba al alcázar real, losesbirros que habían logrado escapar cod vida, corrían há~cia la Inquisición, donde llegaron á los quince minutos sinaliento, llenos desangre y empapados en sudor. Aún se pintaba el terror en el rostro de todos ellos. Primero llegaron los que habían estado en la calle, y po-co después los otros. Al verlos el abate adivinó lo que habia sucedido, y no pu-do contener una exclamación de ira y de despecho. Los alguaciles se sentaron, porque ya no tenían fuerzaspara sostenerse y les era imposible guardar ninguna conside-ración. —¿Qué habéis hecho, miserables?—gritó Claudio fuerade sí. —jAhí—exclamó uno de los esbirros con amargura.— 766 EL SIGLO Más bien debiérais preguntarnos qué es lo que han hechocon ¿Acaso no veis, señor, cómo nuestra sang


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