La Mujer . —Felicítame, esposa mía,porque he obtenido el másgrande de los triunfos!...La barra me ha aplaudidocon un entusiasmo tal, queparecía venirse abajo el edi-ficio. En vano sonaba la campanilla del Presidente lla-mándola al orden y amenazándola con echarla de allí.Nada! Mis compañeros de causa, los hombres de mipartido, me han felicitado ardientemente y hasta nues-tros contrarios no han podido menos que felicitarme. —Con que es decir, entonces, que te nombraránMinistro, ó, cuando menos, miembro do la —Ola, señor Constant, por supuesto que habrá ustedoído mi discurso?...
La Mujer . —Felicítame, esposa mía,porque he obtenido el másgrande de los triunfos!...La barra me ha aplaudidocon un entusiasmo tal, queparecía venirse abajo el edi-ficio. En vano sonaba la campanilla del Presidente lla-mándola al orden y amenazándola con echarla de allí.Nada! Mis compañeros de causa, los hombres de mipartido, me han felicitado ardientemente y hasta nues-tros contrarios no han podido menos que felicitarme. —Con que es decir, entonces, que te nombraránMinistro, ó, cuando menos, miembro do la —Ola, señor Constant, por supuesto que habrá ustedoído mi discurso?... —No, señor; pero me lo figuro. Ha de haber estadosuperipaíético. Yo venía por aquella cuentita de laseñ —Déjese Vd. aho-ra de cuentitas. Loconvido á comer, se-ñor Constant. Qué tal,amigo Gabriel: ¿no tehas quedado patitiesoante la elocuencia demi voz? Porque supon-go que habrás estadoen la Cámara? —No querido; por-que Hermelindita, tucara esposa, me pidióque me qu
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