La Mujer . lasnovelas. Tú, Rafael, que no has pintado en tu vidasino tus deploraiiles contrastes, los describes contanto genio y elegante forma, que te admiro aún másque si fueras tu lacayo Sanzio, el de Urbino. El únicoque no ha dicho nada; pero que ha bebido como unverdadero mosquilo, —que es de los insectos creadosel más bebedor, —es este poDre diablo de alemán,Rodolfo. Parecieia ia estatua del silencio si no fuerapor los movimientos que hace para empinar el codoy el clti-chi-chic de su privilegiada garganta Y, sinembargo, nirgnno como tú podría hablar más, puestoque tanto has viajado. Y el


La Mujer . lasnovelas. Tú, Rafael, que no has pintado en tu vidasino tus deploraiiles contrastes, los describes contanto genio y elegante forma, que te admiro aún másque si fueras tu lacayo Sanzio, el de Urbino. El únicoque no ha dicho nada; pero que ha bebido como unverdadero mosquilo, —que es de los insectos creadosel más bebedor, —es este poDre diablo de alemán,Rodolfo. Parecieia ia estatua del silencio si no fuerapor los movimientos que hace para empinar el codoy el clti-chi-chic de su privilegiada garganta Y, sinembargo, nirgnno como tú podría hablar más, puestoque tanto has viajado. Y el orador echó mano á la cuchara para llenarel vaso. —Caramba! ——El ponche se está necesario . . —Sí, es necesario,—repuso Rodolfo,-que se vuelvaá llenar la ponchera. —Bien por Rodolfo!—gritaron los demás. —Al fin hablaste y lo hiciste como el un fósforo para preparar el ponche. Voyáver si todavía queda alguna botella de Ya. no hay más que una. Caspita! Os//«/;• bebido cinco. — Xos ¡temos, dirías más propiamente. — Al fuejro con la sexta. — Sí, al fuego! Retumbaron en la pieza y fuese á perder con el le-jano trueno, K>s gritos y las carcaiadas. —Poncho, ponche, Alfredo!-aullaba Rodolfo convoz enronqtiecida. ¡bebamos!


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