El siglo de las tinieblas, o memorias de un inquisidor; novela histórica original . scando á Isabel; perono la vió. Jacobo debió comprender el significado de aquella mira -da, y desplegó una leve sonrisa. La agitación de David y el trastorno consiguiente á susorpresa y alegría por aquel feliz descubrimiento, no le per-mitían hacer lo que hubiera hecho en otras circunstancias,por lo cual, tomando casi al pié de la letra el consejo deSimón, empezó diciendo:—Señor —Venís equivocado,—interrumpió el médico con calma. —Nada tenéis que temer, estáis absuelto por la Inquisicion, os aguarda v


El siglo de las tinieblas, o memorias de un inquisidor; novela histórica original . scando á Isabel; perono la vió. Jacobo debió comprender el significado de aquella mira -da, y desplegó una leve sonrisa. La agitación de David y el trastorno consiguiente á susorpresa y alegría por aquel feliz descubrimiento, no le per-mitían hacer lo que hubiera hecho en otras circunstancias,por lo cual, tomando casi al pié de la letra el consejo deSimón, empezó diciendo:—Señor —Venís equivocado,—interrumpió el médico con calma. —Nada tenéis que temer, estáis absuelto por la Inquisicion, os aguarda vuestra •—Caballero,—volvió á interrumpir Jacobo, sospechandoque se le tendía un lazo,—repito que os equivocáis. —jOh!—exclamó el huérfano con impaciencia.—Ya nosencontramos en París y un error fatal nos separó; pero ahorano sucederá lo mismo. No debéis haberme olvidado: enton-ces me creísteis enemigo como el señor Antolin de Santoyo,que era un agente, un instrumento del abate Florentin. —Lo que decís no lo DE LAS TINIEBLAS. 577 —¡Vive el cielo!—gritó desesperadamente David. —SoisJacobo de Tordesillas, á quien he buscado con tanto afán;sois el esposo de Isabel de Linares, á quien saqué de los ca-labozos de la Inquisición; sois el padre de la inocente niñapor quien arriesgué la existencia, probándolo esta cicatrizque veis en mi frente. He visto á vuestra hija, la he recono-cido, porque es el retrato de su madre, y no he querido per-der un —Basta, caballero. —Sí, basta de disimulo. Jacobo, que seguía creyendo que se le tendia un lazo,acercóse al huérfano con ademan nada tranquilizador, y Diossabe lo que hubiera sucedido si en aquel instante no sonaraen el inmediato aposento la voz de Isabel, que gritaba conacento de un júbilo indescriptible:—¡David, el ángel David! Y tras la voz sonaron los pasos de la jóven, que andabade un lado para otro, buscando la puerta y tro


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