La captura de Sorocaima . a, entregada a sus en-sueños había quedado dormida, se despertó porel ruido inusitado de pasos cercanos y al abrirlos ojos creyó que soñaba aún. Ante ella se en-contraba un apuesto guerrero, que no pertenecíaa su tribu, mirándola con curiosidad a la vez queuna sonrisa se dibujaba en sus labios. Turbaday presa de temor trató de incorporarse y huir,pero Sorocaima, pues no era otro el guerrero, ladetuvo sujetándola suavemente por los hombros,a tiempo que le decía: —Nada temas, soy Sorocaima, de la tribu deLos Teques. y he venido enviado por Guaicaipuroen misión de mi pue


La captura de Sorocaima . a, entregada a sus en-sueños había quedado dormida, se despertó porel ruido inusitado de pasos cercanos y al abrirlos ojos creyó que soñaba aún. Ante ella se en-contraba un apuesto guerrero, que no pertenecíaa su tribu, mirándola con curiosidad a la vez queuna sonrisa se dibujaba en sus labios. Turbaday presa de temor trató de incorporarse y huir,pero Sorocaima, pues no era otro el guerrero, ladetuvo sujetándola suavemente por los hombros,a tiempo que le decía: —Nada temas, soy Sorocaima, de la tribu deLos Teques. y he venido enviado por Guaicaipuroen misión de mi pueblo a parlamentar con elSeñor de estas tierras. ¿Lo conoces tú y podrías llevarme ante él? —Valiente Sorocaima —respondió Mariara—,soy su nieta y será para mí motivo de orgulloconducir hasta mi abuelo al afamado guerreroque hoy visita nuestras tierras. Tímidamente echó Mariara a andar movién-e con gracia y agilidad por el angosto senderoque atravesaba el bosque, mientras Sorocaima — 32 —. la seguía de cerca y pensaba subyugado por subelleza y distinción que a la misión que traíaiba a añadirse otra más íntima y sentimental. Caminaban ambos jóvenes por entre la es-pesura del bosque, embargados por un dulce einesperado sentimiento que se había apoderadode ellos al conocerse hacía tan pocos ólo rompía el silencio el aletear de los patossalvajes al emprender el vuelo y el croar de lossapos en los charcos. A medida que caía la nochese acercaban al caserío y se divisaban ya lasfogatas que comenzaban a encenderse. A poco se detuvieron ante la choza del cacique. —Abuelo —dijo Mariara—, he aquí al guerreroSorocaima que viene de Los Teques a conferen-ciar contigo. —Bienvenido hijo mío —respondió el ancia-no—. Tenía ya noticias de tu llegada. Entra, éstaes tu casa. Mariara se retiró discretamente no sin antesdirigir una tierna y dulce mirada a Cuando a media noche terminó Sorocaima deconferenciar con


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