La captura de Sorocaima . mi macana. Por último, desde el fondo de la cueva, llenade sombras y reflejos, se irguió lentamente unviejo indio llamado Tuna, a quien la tribu res-petaba por su experiencia, y dirigiéndose a los presentes dijo: —Yo también deseo partir con ustedes estanoche. Aunque soy bastante viejo mis piernasno conocen la fatiga y puedo emprender largascaminatas a la par de cualquier joven. Conozcocomo la palma de mis manos los senderos y lu-gares más ocultos de estos montes, los pasos delos ríos, el ruido de los bosques. Mi gargantaaprendió a imitar el gruñido de los animalessal


La captura de Sorocaima . mi macana. Por último, desde el fondo de la cueva, llenade sombras y reflejos, se irguió lentamente unviejo indio llamado Tuna, a quien la tribu res-petaba por su experiencia, y dirigiéndose a los presentes dijo: —Yo también deseo partir con ustedes estanoche. Aunque soy bastante viejo mis piernasno conocen la fatiga y puedo emprender largascaminatas a la par de cualquier joven. Conozcocomo la palma de mis manos los senderos y lu-gares más ocultos de estos montes, los pasos delos ríos, el ruido de los bosques. Mi gargantaaprendió a imitar el gruñido de los animalessalvajes y el graznido de las aves nocturnas. Mibrazo no desmaya cuando sostiene la macana oestira el arco y mi vista perfora la oscuridadcomo la de las lechuzas y aguaitacaminos; esperoque nadie se opondrá a mi demanda y que serétan útil como cualquiera de ustedes. —No se me esconde el peligro que encierraesta expedición. Su éxito dependerá de los cui-dados que tomemos. Los blancos —como acaba — 16 —. de informarnos Sorocaima— han colocado patru-llas en lugares cercanos a nosotros; tal vez co-nocen los pasos que vamos a dar y estén avisadosde nuestros planes. Nuestras vidas y el futurode nuestro pueblo depende de lo que decidamosesta noche. Si procedemos con la cautela nece-saria y llegamos felizmente a la Fila de tardaremos, con el concurso de los caciquesamigos, en empuñar ventajosamente las armas yaniquilar de una vez por todas a los que hanvenido a pisotear nuestras amadas tierras. Todos los presentes escucharon con atencióny respeto las sabias palabras del viejo Tuna, yal terminar éste, se levantaron como movidos porun resorte lanzando el grito de guerra de latribu que retumbó largamente en el interior dela cueva. Sorocaima se puso de pie y dirigiéndose alfondo de la cueva abrazó al viejo indio a tiempo- que le decía: —IGran amigo y consejero!, todos apreciamostu generosidad y desprendimiento y aceptamosgustosos tu compañía.


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