. Isabel la Católica; ó, El corazón de una reina, novela histórica; ilustraciones de L. Labarta. lo habéisescuchado! ¡Me compadece, pero nada más! ¡La justifica-ción de mi conducta no basta para que lo sacrifique todoá su amor! Es menos generoso de lo que creíamos y sinembargo no podemos recriminarle por ello. ¡Sus escrúpu-los son fundados! Limpiándose los ojos nerviosamente, agregó: —Pero si no es su amor incondicional y su perdón ab-soluto, yo no puedo aceptar nada de él. ¡Fuera una ver-güenza! Y cuando espontáneamente ya no ha transigido,no transigirá. Hay cosas que no deben pensarse, que s


. Isabel la Católica; ó, El corazón de una reina, novela histórica; ilustraciones de L. Labarta. lo habéisescuchado! ¡Me compadece, pero nada más! ¡La justifica-ción de mi conducta no basta para que lo sacrifique todoá su amor! Es menos generoso de lo que creíamos y sinembargo no podemos recriminarle por ello. ¡Sus escrúpu-los son fundados! Limpiándose los ojos nerviosamente, agregó: —Pero si no es su amor incondicional y su perdón ab-soluto, yo no puedo aceptar nada de él. ¡Fuera una ver-güenza! Y cuando espontáneamente ya no ha transigido,no transigirá. Hay cosas que no deben pensarse, que si sepiensan no se hacen. Así, pues, aunque me brinde su pro-tección y me proponga tenerme á su lado, hemos de salirde aquí para siempre. —Y cuanto antes,—contestó el anciano, demostrando€star conforme. —Volveremos al abandono, á la —¡No importa! —Por vos lo siento. 654 —Aunque anciano, todavía me restan fuerzas para lu-char y sufrir. Confundiéronse de nuevo en un estrecho abrazo y pro-curaron reanimarse con sus mutuas CAPÍTULO XXXV Adiós!


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