La Mujer de Nadie, novela . ado y envilecido. Es así,padrino, como debe quererse, como yo hubiera que-rido a Juan ¡Como no te han querido a tinunca! —jTú qué sabes, mocosal—Demasiado. 235 JOSE FRANCES Volvieron a callar. Heliana lloraba. Javier Tasarahabía vuelto a pasear por el estudio a grandes zanca-das. De pronto consultó el reloj. —¡Atiza! ¡Las cuatro! Así tenía yo el estómago. Va-mos a comer. —Ve tú, padrino. Yo no tengo ganas. —Tú no tienes ganas de nada. No tienes ganas decasarte, de quedarte aquí, de Intentaba bromear. La abrazó y la besó en el rostrohúmedo de lág


La Mujer de Nadie, novela . ado y envilecido. Es así,padrino, como debe quererse, como yo hubiera que-rido a Juan ¡Como no te han querido a tinunca! —jTú qué sabes, mocosal—Demasiado. 235 JOSE FRANCES Volvieron a callar. Heliana lloraba. Javier Tasarahabía vuelto a pasear por el estudio a grandes zanca-das. De pronto consultó el reloj. —¡Atiza! ¡Las cuatro! Así tenía yo el estómago. Va-mos a comer. —Ve tú, padrino. Yo no tengo ganas. —Tú no tienes ganas de nada. No tienes ganas decasarte, de quedarte aquí, de Intentaba bromear. La abrazó y la besó en el rostrohúmedo de lágrimas. Ella se quiso desasir tan brusca,que le hirió con una sortija en los labios. —¡Qué atrocidad! Mira: me has hecho sangre. —Perdóname, padrino. Es que ya te he dicho: noquiero que me —Ahora que empezaba a gustarme a mí. Bajo la mirada fulgurante de Heliana, dejó de son-reír. —¿Entonces? —Ya lo sabes. Esta tarde me voy de tu casa.—¡Como quieras! 236 TERCERA PARTE. ,*r>b nobton ion uando atravesaba el coche en-tre el bullicio y el hálito dehornería de la plaza de Cua-tro Caminos,Heliana tuvo ungesto de desaliento y de re-pugnancia, como si fuera laprimera vez que entrase enaquella barriada populosa,vocinglera y torva. Finalizaba Julio con aquelcrepúsculo y, próxima ya la fiesta de la Virgende los Angeles, alzaban en la plaza, en los des-montes próximos, en el paseo de Ronda, con suhospital semejante a una fortaleza, las barracas,los columpios verbeneros. En el aire dormido pa-recían cuajarse las humaredas picantes, nauseabün- JOSE FRANCES das, de las frituras de gallinejas y churros. La gentesentada a la puerta de las tabernas, de los bares, dedonde salía el ruido de pianos eléctricos y gramófo-nos, ante las mesas redondas de color de sangre, be-bían gaseosas, cerveza y vino, comían rajas de melóny de sandía, cuyas cáscaras tiraban luego a lo alto ypor detrás de su hombro, cayeran donde cayeran. Los


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