. Cuentos hispanoamericanos. ados de la civilización en la volver teníamos que viajar ocho horas en ferrocarril y10 seis en diligencia. Después cesaba toda comunicación y eraindispensable requerir caballos y galopar cinco horas más poraguazales y desiertos. En el tren no cambiamos una palabra. La locomotora escupía cuajarones de humo sobre las tierras sin límite, donde 15 pastaban enormes rebaños. La alfombra multicolor de la llanura se extendía sin ondulación, como un mar tranquilo, hasta el horizonte. Pero la solemnidad del espectáculo no conseguía calmar misinquietudes. Traté ima


. Cuentos hispanoamericanos. ados de la civilización en la volver teníamos que viajar ocho horas en ferrocarril y10 seis en diligencia. Después cesaba toda comunicación y eraindispensable requerir caballos y galopar cinco horas más poraguazales y desiertos. En el tren no cambiamos una palabra. La locomotora escupía cuajarones de humo sobre las tierras sin límite, donde 15 pastaban enormes rebaños. La alfombra multicolor de la llanura se extendía sin ondulación, como un mar tranquilo, hasta el horizonte. Pero la solemnidad del espectáculo no conseguía calmar misinquietudes. Traté imaginar lo que había El padre de Julio era un hombre fuerte, que desde el amanecerrecorría a caballo su hacienda. Nada hacía suponer una en-fermedad en aquel coloso moreno, de miembros ágiles, que asu hirviente sangre española había añadido el fuego de la En cuanto a Margarita, la hermana de Julio, era una muchachasana, de ojos muy negros, en quien la naturaleza parecía haber 28. Los Caballos Salvajes 29 puesto su savia más pura. Vestía casi siempre de amazona ygalopaba a la par de los hombres, acompañándoles en las tareasde la hierra o la esquila con los cabellos enroscados en formade serpiente, una flor encarnada en la boca y en los ojos un re-lámpago de sol y de alegría. 6 Hice mil conjeturas, pero no alcancé a adivinar el mal quepodía haber atacado a aquellos dos seres, que parecían destinadosa una existencia larga y feliz. Sólo pude representarme elestupor de la madre y la esposa, que veía caer de pronto, enmedio del tranquilo hogar, aquel doble rayo de desgracia. 10 Cuando el tren llegó a Sarmiento, nos precipitamos hacia elsitio en que pensábamos encontrar la diligencia; pero uncampesino nos refirió con gran lujo de detalles que el cochehabía sufrido una avería y que sólo podría salir al atardecer. Julio se obstinó en su mutismo y comenzó a pasearse con 15lentitud bajo el corredor de la estación. Llovía


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