Paginas escogidas . l Jugo y Tejera, fueron enviados a Coro y Maracaibopara extender la revolución, acababa de abrir un teatromás democrático a süs violencias. Llegaba de Puerto Ri-co, donde había arrastrado prisiones, y llevaba al cuellola cadena con que le había honrado el Congreso, hechade eslabones, en que se leía: La sufrí por la Patria;y aunque de carácter apacible y de costumbres dulces,ofreció los amplios salones de su casa a un club másdemagógico que la Sociedad Patriótica, el Club delos Sincamisa, donde se bailaba, extraña y grotescamen-te, al són de esta canción, compues


Paginas escogidas . l Jugo y Tejera, fueron enviados a Coro y Maracaibopara extender la revolución, acababa de abrir un teatromás democrático a süs violencias. Llegaba de Puerto Ri-co, donde había arrastrado prisiones, y llevaba al cuellola cadena con que le había honrado el Congreso, hechade eslabones, en que se leía: La sufrí por la Patria;y aunque de carácter apacible y de costumbres dulces,ofreció los amplios salones de su casa a un club másdemagógico que la Sociedad Patriótica, el Club delos Sincamisa, donde se bailaba, extraña y grotescamen-te, al són de esta canción, compuesta por los Landae-tas: (l) Calle de Zea, núm. 75. 20 217 JUAN VICENTE GONZALEZ Aunque, pobre y sin camisa,un baile tengo que dar,y en lugar de la es resonará bailen los Sincamisa,¡y viva el son del cañón-! j Caracas se precipitaba por los abismos de Fran-cia ! Era el qa ira de sus revolucionarios. (De la ^Biografía del General José Félix América, Madrid).. 218 PAGINAS ESCOGIDAS ANTONIO NICOLAS BRICEÑO La pluma se detiene espantada, como si oyese la-mentos de otro siglo, o la disputasen manos de fantas-mas. Es el pórtico sombrío de la Guerra a Muerte. ; Co-mienza aquí una carrera fúnebre! Sentémonos un mo-mento sobre la piedra de dolor que marca la horrorosa,entrada: la puerta del infierno. Entre los venezolanos que, no confiados en la capi-tulación de Monteverde, huyeron a Cartagena, uno delos más distinguidos por su ilustración y los altos desti-nos que había desempeñado, fué el doctor Antonio Ni-colás Briceño. El mismo Domingo Díaz, calumniadorde la revolución este hombre que había nacido furiosoy llevaba en el aliento y en la sangre la semilla de inex-tinguibles odios, confiesa que le juzgaban todos hombreprudente y moderado (1). Había ocupado una silla enel primer Congreso de la República, desempeñado suSecretaría con expedición y aplausos, y había sido miem-bro de la Alta Corte de Justicia


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