. Isabel la Católica; ó, El corazón de una reina, novela histórica; ilustraciones de L. Labarta. 58 CAPÍTULO V. El poeta enamorado OMo las provisiones no eran abundantes,las raciones hubieron de ser escasas y lacena acabó pronto. Mientras duró, D. Diego contempló fi-jamente á sus huéspedes, y aunque pri-sionero hallábase en las redes de la belleza de Zoraida,no pudo menos de reconocer que la doncella era muy her-mosa. Rosas eran sus mejillas, nieve su rostro, oro sus ca-bellos y coral sus labios. En el anciano, á pesar de su miserable aspecto, descu-bríase cierto aire de grandeza majestuosa. T


. Isabel la Católica; ó, El corazón de una reina, novela histórica; ilustraciones de L. Labarta. 58 CAPÍTULO V. El poeta enamorado OMo las provisiones no eran abundantes,las raciones hubieron de ser escasas y lacena acabó pronto. Mientras duró, D. Diego contempló fi-jamente á sus huéspedes, y aunque pri-sionero hallábase en las redes de la belleza de Zoraida,no pudo menos de reconocer que la doncella era muy her-mosa. Rosas eran sus mejillas, nieve su rostro, oro sus ca-bellos y coral sus labios. En el anciano, á pesar de su miserable aspecto, descu-bríase cierto aire de grandeza majestuosa. Terminado que hubieron de cenar, el poeta les dijo:—Vuestro nombre no os pregunto ni saberlo necesitopara compadeceros y ampararos, que no es de bien naci-dos practicar la caridad condicionalmente. Pues que al-bergue no tenéis, en mi morada dormid, que si no es tanlujosa como yo quisiera, algo más agradable la encontra-réis que el desamparo de la calle. ISABEL LA CATÜLIOA 459 Levantándose añadió: —Seguidme. Cogió la luz y los guió á otra estancia próxima, en laque habla amontonados al


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