La Mujer . ntos ytan inmensos, que la pobre madre no sabía cuál debiaseguir. Había un matorral de espinos sin llores ni hojas,cubierto de pedazos endurecidos de nieve. Era el in-vierno. —¿Has visto á la muerte que lleva á mi hijo? — Sí—contestó el invierno,—pero no te lo diré si nome calientas sobre tu seno. Estoy helado aquí. Pareceque estoy convertido en piedra, de frío que tengo. Ella abrazó el espino contra su pecho fuertementepara que se deshelase, y las espinas, clavándose en suscarnes, hicieron correr la sangre en gruesas gotas. Entónces el espino se cubrió de flores en medio delinviern


La Mujer . ntos ytan inmensos, que la pobre madre no sabía cuál debiaseguir. Había un matorral de espinos sin llores ni hojas,cubierto de pedazos endurecidos de nieve. Era el in-vierno. —¿Has visto á la muerte que lleva á mi hijo? — Sí—contestó el invierno,—pero no te lo diré si nome calientas sobre tu seno. Estoy helado aquí. Pareceque estoy convertido en piedra, de frío que tengo. Ella abrazó el espino contra su pecho fuertementepara que se deshelase, y las espinas, clavándose en suscarnes, hicieron correr la sangre en gruesas gotas. Entónces el espino se cubrió de flores en medio delinvierno: ¡tan ardiente es el corazón de una madre de-solada! El espino entonces la dejó pasar indicándole el ca-mino que debía seguir. De pronto se encontró con un gran lago (jue le im-pedía el paso. No había ni barca, ni puente; no estabani bastante líquido para poder nadar ni bastante lieladopara pasarlo á pié, y, sin embargo, era necesario ir ade-lante para encontrar al niñ Entonces se bajó y se puso á beber creyendo que po-dría tragarse toda el agua. Esto era imposible á una


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