La Mujer . s mi rostro. Si faltases á esa condi-ción que te imi)ongo, sufrirás pena de muerte. Fuése el herrero; y aquella misma noche ccii-vocó el Príncipe á todos los hombres más sa-bios de la ciudad, á todos los miembros de laReal Academia de acjuel i)aís, y les preguntóqué emi)leo c )tidiano darían á a(|uellos d isppenuijs restituidos, dos prestados, dos perdid<tsy dos utilizados. Tan inesperada demanda, causó sumo emba-razo á todos aquellos sabios, que, no hallandomedio para salir del apuro, pidieron ocho díasde término para responder. Reuniéronse inmediatamente, y después delargas dis


La Mujer . s mi rostro. Si faltases á esa condi-ción que te imi)ongo, sufrirás pena de muerte. Fuése el herrero; y aquella misma noche ccii-vocó el Príncipe á todos los hombres más sa-bios de la ciudad, á todos los miembros de laReal Academia de acjuel i)aís, y les preguntóqué emi)leo c )tidiano darían á a(|uellos d isppenuijs restituidos, dos prestados, dos perdid<tsy dos utilizados. Tan inesperada demanda, causó sumo emba-razo á todos aquellos sabios, que, no hallandomedio para salir del apuro, pidieron ocho díasde término para responder. Reuniéronse inmediatamente, y después delargas discusiones y de interminables reyertas,quedáronse como estaban al principio: sin re-solver la cuestión. Ocurrióle entonces al más astuto pensar qi;ela original demanda del Príncipe debía habernacido de la entrevista que éste tuvo con el he-rrero (jue había sido llevado á palacio con tantaurgencia, y toda la asamblea se dirigió eiiprocesión á la fi agua del obrero. Una vez en su. presencia, instáronle vivamente para (pie le>sacase del a})iuo; mas recordando el herrero l ifatal prohibiciim del Príncipe, rehusó terminai -temente responder. Insistieron los académico-^en sus súi)licas, haciéndole las más generosaofertas y dándole toda clase de garantías, y «-I]^(^bre obi-ero n(^ supo negarse en cuanto oy»(pie le daban cien monedas de oro á cambi •de su secreto. Fuéle entregado el dinero, (jue él contó y exa-minó detenidamente, y cuando \o hubo guarda-do, reíiiió ))nnto por punto todo cuanto al Prín-cipe había referido. Llegó la mañana en que expiraba el ]tla7ootorgado á los sal)ios, y todos ellos se dirigir-ron á palacio, satisfechos de llevar resuelto «lproblema ^\\\(? les había sido planteado- — — dijo el Principe para sí.— Han inte-rrogado al herrero. De otro modo, estoy ciert ?de (pie con txnla su ciencia no hubieran hallad •la lespnesta. ;Yo sabré vengarme (ie él! Y nuevamente fueron los soldados en b


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