La captura de Sorocaima . anzaban sin antes cerciorarsede que todo estaba en tranquilidad. Era de te-merse una emboscada pues con toda seguridadlos disparos de arcabuces habrían puesto sobreaviso a las patrullas cercanas, de cuya presenciahabían tenido noticias por Mene en el momentode salir de Los Teques. Tenían razón en suponerlo. Faltando apenascincuenta pasos de la orilla del Guaire. visibleya al través del .follaje, vieron a tres soldadosen acecho, agazapados detrás de unas rocas, conlos arcabuces en las manos. Sorocaima hizo señas a sus compañeros de quese detuviesen y se adelantó para e


La captura de Sorocaima . anzaban sin antes cerciorarsede que todo estaba en tranquilidad. Era de te-merse una emboscada pues con toda seguridadlos disparos de arcabuces habrían puesto sobreaviso a las patrullas cercanas, de cuya presenciahabían tenido noticias por Mene en el momentode salir de Los Teques. Tenían razón en suponerlo. Faltando apenascincuenta pasos de la orilla del Guaire. visibleya al través del .follaje, vieron a tres soldadosen acecho, agazapados detrás de unas rocas, conlos arcabuces en las manos. Sorocaima hizo señas a sus compañeros de quese detuviesen y se adelantó para explorar el sitio. —Xo hay peligro —les dijo a su regreso—,los soldados tienen concentrada su atención haciael bosque y además en este sitio el río hace unpronunciado recodo que nos permite llegar a laembarcación sin ser vistos. Sigamos pues sin te-mor y en lugar de dividirnos en dos grupos, comohabía dispuesto el viejo Tuna, nos embarcaremostodos juntos en la canoa. Así iremos más seguros. — 96 —. Siguiendo las instrucciones de Sorocaima tor-cieron hacia el norte alejándose de la patrullade españoles y rápidamente ganaron la orilla delGuaire, que en ese sitio formaba un hermosoremanso. —Mare —dijo Sorocaima—, tú que conocesexactamente en dónde está oculta la canoa, anday tráela con el mayor sigilo. Mare dejó su macana y sus flechas en la orilla,se sumergió en las aguas del río y nadando comoun pez atravesó el remanso regresando a lospocos minutos arrastrando la canoa tras de sí.Todos subieron a ella silenciosamente y comen-zaron a bogar protegidos por la impenetrableoscuridad de la noche. El Guaire era un hermoso río de más de cin-cuenta metros de ancho, navegable en toda suextensión, aún por las mayores embarcacionesindígenas, desde el nudo de Las Palmas en dondenacía, hasta el pelado cerro de Las Auyamas másallá de Petare. Sus aguas corrían suavemente fer-tilizando aquellos valles de escasa pendiente. Susorillas estaban cub


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