La Mujer . raturamagistral de nuestrosdias. Difícilmente podríacondensarse en tanbreve espacio ideastan grandielocuentes€omo en él se desa-rrollan sobre la con-fraternidad hispano-argentina. Quisiéramos dispo-ner del espacio nece-sario para transcribirlointegro; pero ya que noes posible, por la estre-chez de nuestras co-lumnas, no resistimosal menos hacerlo conlos últimos párrafosque no ceden á los de-mas en elevación deideas y en la culturade lenguaje: «¡Hispania! Rota enla batalla, pero no do-mada, el respeto delMundo y de tus mis-mos adversarios te acompañan. La desgajadura colonial no es h


La Mujer . raturamagistral de nuestrosdias. Difícilmente podríacondensarse en tanbreve espacio ideastan grandielocuentes€omo en él se desa-rrollan sobre la con-fraternidad hispano-argentina. Quisiéramos dispo-ner del espacio nece-sario para transcribirlointegro; pero ya que noes posible, por la estre-chez de nuestras co-lumnas, no resistimosal menos hacerlo conlos últimos párrafosque no ceden á los de-mas en elevación deideas y en la culturade lenguaje: «¡Hispania! Rota enla batalla, pero no do-mada, el respeto delMundo y de tus mis-mos adversarios te acompañan. La desgajadura colonial no es hu-millación, sinó advertencia oportuna de que lareforma redime los pecados y la concentraciónrehace las fuerzas debilitadas por el esparci-miento en lejanas latitudes. Resurge como elaliento justiciero de don Alonso el Sabio, ycubierta con la armadura formidable de CarlosV, avanza firmemente hacia la constelación delos imperios latinos del futuro. En el extremo continental de aquel en donde. el águila de Washington anida, echa cañonesde acero el cóndor del futuro, que si el ger-manismo ha creado los Estados Unidos, laincubaste la República Argentina. Y en elbalance eterno de la gloria opones á los im-provisadores de Chi-cagos, la revelación deun Mundo, velado porla tiniebla del Océano,hasta ese día ventiuo-s o, insondable. Ymientras el Hombreferviente se rinda áJesu-Cristo y guien alnauta hacia el sur elCrucero y el Centauro,vagará en las atmósfe-ras de América la in-maculada imágen deIsabel—la Católica yla Grande,—tan altay fulgurante cual losplanetas del hemisfe-rio austral. Su estatuay ninguna otra antesque la suya, tiene de-recho al sitial en las* plazas de España»decretadas en el Nue-vo Mundo, porque ellafué la primera en elDescubrimiento, laprimera en la Conquis-ta y la primera en elAmor de los america-nos ! Su memoria, aro devirtudes, será tambiénel recuerdo del Geniode España, flotandosobre las Américas,donde antes ondearasu ban


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