La Honra de la mujer, novela de costumbres . bao ó ha estado por allí alguna vez? —No, de Bilbao no, pero de muy cerca, contestó Alfonso;soy de Gastro-Urdiales. —Justo, pues es Vd. quien yo creia; de Gastro-Urdiales.¡Bu3aos recuerdos tengo yo do aquel pueblo! ¿Se acuerda us-ted, mi capitán, cuando entrábamos en la dársena de Castrocon un temporal deshecho? —¡Oh, ya lo creo! Y allí fué, si no me equivoco, dondesaltaste á tierra á dejar una niña, cuya madre habia muertoen el mar y de cuya faraiha no teníamos noticia ninguna. —En efecto, allí fué; y por cierto que ese es uno de losrecuerdos que t


La Honra de la mujer, novela de costumbres . bao ó ha estado por allí alguna vez? —No, de Bilbao no, pero de muy cerca, contestó Alfonso;soy de Gastro-Urdiales. —Justo, pues es Vd. quien yo creia; de Gastro-Urdiales.¡Bu3aos recuerdos tengo yo do aquel pueblo! ¿Se acuerda us-ted, mi capitán, cuando entrábamos en la dársena de Castrocon un temporal deshecho? —¡Oh, ya lo creo! Y allí fué, si no me equivoco, dondesaltaste á tierra á dejar una niña, cuya madre habia muertoen el mar y de cuya faraiha no teníamos noticia ninguna. —En efecto, allí fué; y por cierto que ese es uno de losrecuerdos que tengo de ese punto. En el semblante de Alfonso íbase mostrando un interéscreciente. Da pronto el jó ven exclamó: —De eso debe hacer va muchos añ —¡Oh, ya lo creo! exclamó el marinero.—Debe hacer másde veinte años,., sí, ventitantos. Se me figuaa que loestoy viendo. Saltamos del San Francisco en una canoa dosmarineros. Llovia .. aquello parecía un diluvio; habia unas LA HONRA DE LA M Después que el trueno cesó, oyóse en la puerta un golpe se^oy rudo. DE LA MUJER. 477 de vez en cuando unos rayos que aclaraban el fondonegro de la tempestad; pero apenas doblamos el promontoriode Santa Ana ya el agua parecía un poco más tranquila, puesestaba al socaire de la tormenta. En cuanto tocamos tierra,el otro marinero quedó en la canoa; yo, con la niña en misbrazos, perfectamente cubierta, para que lo crudo del tiem-po no le hiciese daño^ me acerqué á la primera puerta que vide una casita de pescadores, cogí una piedra de la orilla, yen aquel momento un trueno horroroso coamovió el és que el trueno cesó oyóse en la puerta un solgo secoy rudo. Un marinero, que tenia aspecto de honrado, me re-cibió la criatura, y de nuevo volvimos al San Francisco, en-trando poco después en Santander de la manera más mila-grosa. —;0h! ¡Qué viaje aquel! murmuró Jhon Brum. —¡Qué habrá sido de aquella niñ


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