La Mujer . los días vengo y casi siempre compro algo.—Tengo presente esa atención. — Vamos ¿me lo deja en ese precio, síó no? . —Uno y ochenta la última palabra. ¿Cuán-tos metros? —Treinta y cinco centímetros; es paracombinar un adorno; mida bien ¿eh? El pobre dependiente deslallece. Dos ho-ras de trajín y medio litro de saliva paravender por valor de sesenta y tres cen-tavos y aún tener que rebajar el pico vmandar la mercadería á domicilio. ¡ Ah, las tiendas ! Ciertamente, el trnto femenino es encan-tador, pero cuando degenera su «lata ten-deril», como dice uno del gremio, es fácilexplicarse


La Mujer . los días vengo y casi siempre compro algo.—Tengo presente esa atención. — Vamos ¿me lo deja en ese precio, síó no? . —Uno y ochenta la última palabra. ¿Cuán-tos metros? —Treinta y cinco centímetros; es paracombinar un adorno; mida bien ¿eh? El pobre dependiente deslallece. Dos ho-ras de trajín y medio litro de saliva paravender por valor de sesenta y tres cen-tavos y aún tener que rebajar el pico vmandar la mercadería á domicilio. ¡ Ah, las tiendas ! Ciertamente, el trnto femenino es encan-tador, pero cuando degenera su «lata ten-deril», como dice uno del gremio, es fácilexplicarse sin muchas cavilaciones, el ce-libato masculino per sécula, etc. La tienda es el lugar donde con másplacer matan el tiempo nuestros tormen-tos y es el depósito de telas donde la po-lilla no puede vivir, y ¿por qué no decir-lo también?: la tienda es un laboratoriodonde inconscientemente ó no, como sequiera, ni el menor trapillo se queda sinanalizar. (Remitido) augusto Yo no he visto cosa igual ni aun siquiera parecida. ¡Qué atento! ¡qué comedido! ¡qué discreto! ¡qué puntual ! Es un joven de primera, siendo muy justo añadir, que me afeita sin decir una palabra siquiera, cosa que no hallo reparo en extrañar, ¡vive Dios! que esto, acá para inter nos, íuele ser bastante raro. Siempre lo encuentro dispuesto para sacarme del paso, y jamás se ha dado el caso de no encontrarlo en su puesto. ¡Con qué mesura trabaja! ¡qué bien esparce el jabón! sobre todo ¡qué atención pone al llevar la navaja! ¡qué suavidad en las manos! ¡qué tacto tan singular! ;y qué modo de salvar los remolinos y granos! Si me corta (por ventura rara vez esto acontece) es tanto lo qie padece al mirar mi cortadura que sospecho, por San Blás, al verlo fuera de sí, que aunque me ha cortado á mi, á él le duele mucho más. Con interés que anonada, abnegación que enloquece; y esto, señor, me parece que no se paga con nada. Pues aún falta lo mejor,


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