España, sus monumentos y artes, su naturaleza e historia . le-vanta «sus cuatro torrezuelas rematadas en agujas para anun-ciar que es la estación del ferro-carril», á que llegue de Santan-der el tren que ha de conducirnos á Reinosa, donde nos convidacon una de las joyas del arte en la Montaña, el espectáculo ma-ravilloso del nacimiento del Ebro, Dos horas después, y luego de haber cruzado aquel hermo-so paisaje que forma la cuenca del Besaya, tan accidentada, tanllena de atractivos de toda suerte, y que pone una vez más demanifiesto la naturaleza poderosa de la Montaña,—el tren co-rreo, á poc


España, sus monumentos y artes, su naturaleza e historia . le-vanta «sus cuatro torrezuelas rematadas en agujas para anun-ciar que es la estación del ferro-carril», á que llegue de Santan-der el tren que ha de conducirnos á Reinosa, donde nos convidacon una de las joyas del arte en la Montaña, el espectáculo ma-ravilloso del nacimiento del Ebro, Dos horas después, y luego de haber cruzado aquel hermo-so paisaje que forma la cuenca del Besaya, tan accidentada, tanllena de atractivos de toda suerte, y que pone una vez más demanifiesto la naturaleza poderosa de la Montaña,—el tren co-rreo, á poco más de las cinco de la tarde, se detenía en la esta-ción de Reinosa. El cielo estaba encapotado y sombrío, y,cubierto de cenicientas gasas que de todos lados, como suspen-didas de las altas lejanas cumbres, ocultaban por completo laceleste bóveda,—hacía pensar en los días tristes del invierno,en que el sol, emblema de la vida, parece huir amedrentado deaquellas regiones, para derramar alegría y contento incompara- a: Q < Z <. < aiu HZ u<; H < en uCQ MQ <Q <!O 854 SANTANDER bles en las risueñas del Mediodía. Desmenuzada y constante, laniebla dejaba flotar sus átomos húmedos y casi impalpables porel ambiente, y el viento, arremolinándose en las copas de losárboles inmediatos á la estación, y en los tejados de las casas,arrastraba aquella como obligada comitiva suya, conduciéndolaá capricho de la una á la otra parte, y alejando de nuestro áni-mo la idea de que nos encontrábamos aún en la canícula, puesno sino uno de aquellos días melancólicos con que termina elotoño, preludiando las invernales jornadas temerosas, parecíacon verdad aquella tarde. El ambiente húmedo, la luz que secernía á través de las nubes, el viento constante, y las huellasque dejaba la niebla en las calles de la población, no eran sinembargo motivo suficiente para que ésta no presentase á nues-tras miradas el aparato propio de villa import


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