La Mujer . á todas las demásmujeres que en esa fiesta había visto, queapesar de mi edad, me la quedé mirandocon veraadero embelesamiento. La guardia quiso repetir su orden; perola dama le hizo una seña, y el soldadome indicó que entrara. Entré, naturalmen-te turbado, y me acerqué á la dama, laque, con esquisita amabilidad, me indicóque me sentara. —Usted no es paraguayo, ¿verdad? - mepreguntó sonriendo. —No, señora. -Gusta usted, jovencito, tomar algunacosa? - me volvió á preguntar, observán-dome siempre. —Si no es molestia., .—murmuré. —No; yo también iba á ¿Quégusta servirse? —Lo q


La Mujer . á todas las demásmujeres que en esa fiesta había visto, queapesar de mi edad, me la quedé mirandocon veraadero embelesamiento. La guardia quiso repetir su orden; perola dama le hizo una seña, y el soldadome indicó que entrara. Entré, naturalmen-te turbado, y me acerqué á la dama, laque, con esquisita amabilidad, me indicóque me sentara. —Usted no es paraguayo, ¿verdad? - mepreguntó sonriendo. —No, señora. -Gusta usted, jovencito, tomar algunacosa? - me volvió á preguntar, observán-dome siempre. —Si no es molestia., .—murmuré. —No; yo también iba á ¿Quégusta servirse? —Lo que usted quiera. —Bueno. —Y dirigiéndose á un mozo quede frac y guantes esperaba sus órdenes,se las díó en inglés. El mozo volvió en breve con una ban-deja de metal blanco en la que había doscopas y una botella, que destapó sirvien-do en aquellas. La dama, siempre amable, me invitó áquebebiern. -^^k ^^^^ z o rápida ^^^^^ m e n t e y yo. con la a^^^H^^ ^^d que. tenía, quise \^ ^ ^ hacer lo mismo; pero ^ no bien pasó por mi / garganta aquel líquido ánsias de asco se produjeron en mí. recordando elchasco que en el colegio me dieron losMachain y Decoud. Apénas pude contener los movimientosrepulsivos. La dama debió notarlos, por-que, sorprendida, me preguntó :—¿No le agrada la cerveza?Estuve por contestarle lo que el gitanaaquél : ALBUM - REVISTA « LA MUJER . —Si en lugar de hiél le dan á Jesu-cristo cerveza, no la aguanta;—pero mecontenté con decirle:—Sí... no mucho. En aquel instante llegó á la carpa unmilitar lleno el pecho de entorchados; eraFrancisco Solano López, quién, dirigién-dose á la dama, la dijo: —¿Vamos? —Vamos—le contestó aquélla tomándo-se de su brazo y dejándome saboreandoaún aquel trago amargo de cerveza. Después supe que quien me lo habíaproporcionado se llamaba Elisa Linch. RAFAEL BARREDA EL «AIGLON» DE ROSTAND


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