La Mujer de Nadie, novela . ta? Ella se volvió. Juan Bautista tenía el rostro magu-llado. En su palidez resaltaba más la cardenidad de losgolpes. —¿Qué hay? —Estará usted contenta. —No. Siento que le hayan estropeado a usted la 163 JOSE FRANCES cara de niño bonito. Así no le gustará usted a la du-quesa. —¿A la duquesa? ¿Yo? ¡Mejor! Pero en cambio amí no me gustan las niñas cochinas como —¡Más cochino es usted! ¡Y a curarse, amigo! Echó a correr hacia la casa, riendo demasiado fuer-te. Luego, ya en el estudio, volvió la cabeza. JuanBautista permanecía inmóvil eu el mismo sitio, conlas


La Mujer de Nadie, novela . ta? Ella se volvió. Juan Bautista tenía el rostro magu-llado. En su palidez resaltaba más la cardenidad de losgolpes. —¿Qué hay? —Estará usted contenta. —No. Siento que le hayan estropeado a usted la 163 JOSE FRANCES cara de niño bonito. Así no le gustará usted a la du-quesa. —¿A la duquesa? ¿Yo? ¡Mejor! Pero en cambio amí no me gustan las niñas cochinas como —¡Más cochino es usted! ¡Y a curarse, amigo! Echó a correr hacia la casa, riendo demasiado fuer-te. Luego, ya en el estudio, volvió la cabeza. JuanBautista permanecía inmóvil eu el mismo sitio, conlas manos metidas en los bolsillos y la boca fuerte-mente cerrada. Al ver que ella volvía la cabeza, la gritó: —¡Heliana! ¿Me perdona usted? Ella se detuvo sorprendida. A pesar suyo, movióvarias veces la cabeza afirmativamente y se despidióde él agitando la mano. Por la noche no quiso cenar. Se acostó y mandóque la dejaran dormir. Javier Tasara no fué a cenar y no se enteró denada. IV. l día siguiente bajó tempranaJavier Tasara a su estudio yencontró en él a Juan Bau-tista paseando de un extre-mo a otro, con la cabezabaja, y a grandes zancadas.—¿Hola, ¿que hay?| —Buenos dias, maestro.¡Quería hablar con ía^ contestado sin mi-rarle, hurtándole la cara. El maestro se acercó a un es-pejo para mirarse la lenguay oprimirse con las manoslas mejillas, para apreciar su demacración. Lanzó unsuspiro. ¡Siempre aquel malestar por las mañanas,aquel mal sabor de boca, aquellos ojos marchitos,cada vez más hundidos en el cárdeno sombrío de lasojeras! 165 JOSE FRANCES —¿Qué pasa, hombre? —Nada de He estado viendo ese retra-to. Va muy bien, maestro. Señalaba un retrato de Isidro Martorell empezadorecientemente y que aguardaba desde el caballete sie-te u ocho días. Hábil y temeroso, el valenciano retra-saba de este modo el instante de hablar. —¿Verdad que sí? Son tres sesiones nada má he tenid


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