. Isabel la Católica; ó, El corazón de una reina, novela histórica; ilustraciones de L. Labarta. crúpulos ni temoresquieres que contengan las ansias de mi corazón celoso?...¡Ay de tí si no me complaces! ¡Obedéceme! Inclinó Ménica la cabeza, asustada por el tono con quele hablaba su señora y respondió sumisa: —A obedeceros voy. En su manto envolvióse, recatando el rostro, y sealejó murmurando: —¡Dios sea con nosotros! Si noticias há nuestro señorde estos manejos, del claustro no habrá quien nos libre:á doña Violante por enamoradiza y á mí por complacientey débil á sus caprichos. En tanto doña V
. Isabel la Católica; ó, El corazón de una reina, novela histórica; ilustraciones de L. Labarta. crúpulos ni temoresquieres que contengan las ansias de mi corazón celoso?...¡Ay de tí si no me complaces! ¡Obedéceme! Inclinó Ménica la cabeza, asustada por el tono con quele hablaba su señora y respondió sumisa: —A obedeceros voy. En su manto envolvióse, recatando el rostro, y sealejó murmurando: —¡Dios sea con nosotros! Si noticias há nuestro señorde estos manejos, del claustro no habrá quien nos libre:á doña Violante por enamoradiza y á mí por complacientey débil á sus caprichos. En tanto doña Violante se quedó diciéndose: —Todo sabré perdonarlo, si arrepentido me devuelvesu amor; pero si con desprecios paga mis sú en-tonces sabré vengarme, aunque de mi venganza sea yola primera víctima. Y refugiándose en el hueco de una puerta, para másfácilmente pasar inadvertida, esperó ansiosa el regreso desu dueña, mientras en los grupos seguía comentándosecon animación creciente, la noticia de la muerte de donAlfonso. CAPÍTULO V ¡Venganza!. LEGÓ la dueña junto al monje, en elmomento mismo en que los que lerodeaban disponíanse á no dejarleproseguir la entusiasta defensa quehacia de los derechos al trono de lahija de D. ónica se acercó á él y se inclinó diciendo:—Permitid que bese vuestra mano, padre mío, y escu-chad una súplica que tengo que dirigiros. —¡Es Mónica, señor!—dijo Ñuño al cído del óse éste y miró á la dueñ enviada de doña Violante acercóse más á él, y di-jole, hablándole de modo que nadie más pudiera oirloí —A pesar de vuestro disfraz habéis sido reconocidopor mi señora, que cerca de aquí os aguarda. Venid; de-sea hablaros y en vuestra busca me envía. Insistiendo aún en fingir, el falso monje repuso:—Sin duda os equivocáis, buena mujer. Ni yo sé quiénes vuestra señora, ni comprendo de lo que me hablá tomáis por otro. 42 A. CONT
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